El que se cansa de confiar, pierde

Tengo la impresión de que la ciudadanía que valora la democracia está cansada y frustrada, en particular porque parecería que se han roto las vías de comunicación entre las personas y quienes lideran las diferentes instancias sociales y del Estado de derecho. A pesar de todo, estoy convencida de que no hay que cansarse de confiar que la mayoría de la gente quiere dialogar: debemos tener esperanza que se puede llegar a acuerdos de nación por amor a El Salvador. Para superar el reto de volver a confiar es necesario una mente abierta y aprender a no juzgar a los demás.

Me encanta estar en la playa, observar el mar en mi casa y ver las olas que se deslizan en secuencias, unas veces suaves y otras tumultuosas. Cuando estas revientan en la orilla o en la zona más profunda («reventazón»), se da un estruendo grande, se levanta el agua y explota en todos lados y por doquier, llevándose de encuentro lo que haya en su camino. Quien se encuentra cerca, puede recibir la fuerza líquida y revolcarlo hasta recibir algún daño, o puede tomarla para aprovecharla para navegar en una tabla.

Sucede a veces, que al encontrarnos con alguien y verle actuar o hablar, sin darnos cuenta, se desata interiormente una «reventazón» llamada juicio que arrasa con todo en la intimidad personal… Nos surgen apreciaciones injustas (prejuicios) de quien tenemos enfrente, que empañan nuestra mirada para conocerle tal como es. Esta «reventazón» interna se pasa llevando de encuentro lo que tenemos en común con cualquier miembro de la gran familia humana, dejando «revolcado» al colega o contrincante, con magulladas difíciles de restaurar porque no vemos nada bueno en este y finalmente llevándonos a la polarización.

La «reventazón» de hacer juicios temerarios e inamovibles hacia los demás frecuentemente se desencadena porque estos nos recuerdan a quienes nos infligieron heridas cuando tendrían que habernos comprendido; y en vez de eso, nos hicieron sufrir profundamente con su carácter, acciones u omisiones. El primer paso es reconocer que hago juicios críticos destructivos; segundo, hay que descubrir las causas de por qué los realizo; y el tercer paso es descubrir cuál o cuáles son los más frecuentemente usados: porque piensan distinto en política, en religión, en elección de sistemas económicos; o por su raza, sexo, elección de conducta sexual; su nacionalidad, zona geográfica; o por su personalidad, aspecto físico, origen sociocultural, estado de salud, estatus económico o migratorio, nivel académico y de inteligencia; si huele a limpio o no; etcétera.

Es verdad que es difícil evitar que «la reventazón» de las olas del juicio venga a la mente y al corazón, arrasando al contrincante, pero sí podemos elegir con libertad rectificar cada vez y encender una luz en vez de condenar la oscuridad. Tenemos la posibilidad de elegir no seguir confrontando y mirar juntos el futuro con confianza, en una visión de sociedad con un sistema de libertades, con defectos, pero mejorable, fundamentado en la iniciativa emprendedora de nuestro trabajo, el orden y la solidaridad.

Quiero, hermanos ciudadanos, que busquen no enjuiciar sino confiar para dialogar sobre qué tiene que hacer la sociedad para encontrar la mejor manera de llevar educación y formación en valores a los jóvenes y niños, para salir de esta vorágine de corrupción e inseguridad. Con la misma medida seremos juzgados, por eso, pidamos a Jesús mirar con Sus ojos al prójimo. Quien se cansa de confiar, pierde.

Columna de opinión, La Prensa Gráfica, 4 de julio de 2021

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