«Atardece en una playa dorada del Pacífico en un día de febrero… El cielo revienta en tonalidades color naranja, amarillo y celeste. La silueta de dos personajes sobresale en la tenue luz de espalda al mar. Las olas suavemente chocan con el pequeño cuerpo del niño acompañado de su padre mientras este le sostiene entre sus brazos bronceados al tiempo que le da muchos besos llenos de ternura frente a la mirada conmovida de la madre…
Recibir amor en forma de ternura nos permite construir y reafirmar convencimiento de la propia dignidad esencial y de ser original e irrepetible, merecedor de ser tratado como fin en sí mismo en vez de una cosa que se usa y se tira. La experiencia amorosa que el chiquito recibe le llevará a crecer y desarrollar un humanismo integral, el cual se opone a «un superdesarrollo» derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora» (LS, 109; cita de Caritas in Veritate, 22).
La ternura viene precedida por la empatía, una cualidad que para el profesor de la U. de Harvard Adam Waytz es una habilidad blanda que «está de moda prácticamente en todas partes, no solo dentro de la ingeniería y los equipos de desarrollo de producto, sino que se encuentra en el corazón del ‘Design Thinking’ (Pensamiento Diseñador) y en el de la innovación entendida de forma general. La empatía también es destacada como una capacidad fundamental de liderazgo, una que ayuda a influir sobre los demás miembros de una organización, adelantarse a las preocupaciones de los accionistas, interactuar con los seguidores de redes sociales e incluso celebrar mejores reuniones».
Enojarse es lo opuesto a la empatía y la ternura porque la ira y la dureza hacen traspasar los límites de lo que es justo y razonable, de lo que es proporcionado a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar. Nadie gusta de trabajar con un(a) amargado (da). Cuando una persona es rígida en sus actitudes, pierde la capacidad de influir efectivamente. La severidad turba y oprime a los demás. Sin embargo, enfadarse no tiene por qué ser malo si se aprende a hacerlo con equilibrio. Según Tomás de Aquino, lo correcto, es buscar enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, y esto, verdaderamente, ya no resulta tan sencillo. Se necesita tener inteligencia emocional, es decir, empatía y alto grado de autocontrol (la voluntad educada).
Hoy más que nunca las familias y las organizaciones necesitan líderes empáticos, serenos, flexibles y con un corazón lleno de ternura (compasión). Esta revolución hacia valorar a la gente de verdad implica un cambio de paradigma… Implica entender mejor que cada persona concreta es una para el mundo y que, por lo tanto, se encuentra siempre en situaciones que exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto. (AL, 243). «Por eso, hacer espacio a la ternura en la propia vida y en las relaciones humanas no significa negar la justicia… sino acoger la invitación a recorrer la via caritatis (la senda de la caridad) (AL, 306), que es precisamente la plenitud de la justicia y lo que nos dispone a recibir la misericordia de Dios». (Pensamiento del Papa Francisco sobre la revolución de la ternura).
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 5 de febrero de 2023