El poder de la ternura

«Atardece en una playa dorada del Pacífico en un día de febrero… El cielo revienta en tonalidades color naranja, amarillo y celeste. La silueta de dos personajes sobresale en la tenue luz de espalda al mar. Las olas suavemente chocan con el pequeño cuerpo del niño acompañado de su padre mientras este le sostiene entre sus brazos bronceados al tiempo que le da muchos besos llenos de ternura frente a la mirada conmovida de la madre…

Recibir amor en forma de ternura nos permite construir y reafirmar convencimiento de la propia dignidad esencial y de ser original e irrepetible, merecedor de ser tratado como fin en sí mismo en vez de una cosa que se usa y se tira. La experiencia amorosa que el chiquito recibe le llevará a crecer y desarrollar un humanismo integral, el cual se opone a «un superdesarrollo» derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora» (LS, 109; cita de Caritas in Veritate, 22).

Ciertamente que «si hay algún elemento que da belleza y sentido a la vida, ese es, sin duda, la ternura… la cual es la expresión más serena, bella y firme del amor. Es el respeto, el reconocimiento y el cariño expresado en la caricia, en el detalle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero. Gracias a la ternura, las relaciones afectivas crean las raíces del vínculo, del respeto, de la consideración y del verdadero amor. Sin ternura es difícil que prospere la relación de pareja. Pero además es gracias a la ternura que nuestros hijos reciben también un sostén emocional fundamental para su desarrollo como futuras personas».

Decía Oscar Wilde que en el arte como en el amor es la ternura lo que da la fuerza. «Mahatma Gandhi apuntaba en la misma dirección cuando decía que un cobarde es incapaz de mostrar amor. Y así es: paradójicamente, la ternura no es blanda, sino fuerte, firme y audaz, porque se muestra sin barreras, sin miedo. Es más, no sólo la ternura puede leerse como un acto de coraje, sino también de voluntad para mantener y reforzar el vínculo de una relación. La ternura hace fuerte el amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad. Gracias a ella, toda relación deviene más profunda y duradera porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien… La ternura implica, por tanto, confianza y seguridad en uno mismo. Sin ella no hay entrega. Y lo más paradójico es que su expresión no es ostentosa, ya que se manifiesta en pequeños detalles: la escucha atenta, el gesto amable, la demostración de interés por el otro, sin contrapartidas… Sin ella, la relación de pareja está condenada al fracaso porque su ausencia genera aburrimiento, rutina, apatía, distancia y egoísmo».

La ternura viene precedida por la empatía, una cualidad que para el profesor de la U. de Harvard Adam Waytz es una habilidad blanda que «está de moda prácticamente en todas partes, no solo dentro de la ingeniería y los equipos de desarrollo de producto, sino que se encuentra en el corazón del ‘Design Thinking’ (Pensamiento Diseñador) y en el de la innovación entendida de forma general. La empatía también es destacada como una capacidad fundamental de liderazgo, una que ayuda a influir sobre los demás miembros de una organización, adelantarse a las preocupaciones de los accionistas, interactuar con los seguidores de redes sociales e incluso celebrar mejores reuniones».

Enojarse es lo opuesto a la empatía y la ternura porque la ira y la dureza hacen traspasar los límites de lo que es justo y razonable, de lo que es proporcionado a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar. Nadie gusta de trabajar con un(a) amargado (da). Cuando una persona es rígida en sus actitudes, pierde la capacidad de influir efectivamente. La severidad turba y oprime a los demás. Sin embargo, enfadarse no tiene por qué ser malo si se aprende a hacerlo con equilibrio. Según Tomás de Aquino, lo correcto, es buscar enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, y esto, verdaderamente, ya no resulta tan sencillo. Se necesita tener inteligencia emocional, es decir, empatía y alto grado de autocontrol (la voluntad educada).

Hoy más que nunca las familias y las organizaciones necesitan líderes empáticos, serenos, flexibles y con un corazón lleno de ternura (compasión). Esta revolución hacia valorar a la gente de verdad implica un cambio de paradigma… Implica entender mejor que cada persona concreta es una para el mundo y que, por lo tanto, se encuentra siempre en situaciones que exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto. (AL, 243). «Por eso, hacer espacio a la ternura en la propia vida y en las relaciones humanas no significa negar la justicia… sino acoger la invitación a recorrer la via caritatis (la senda de la caridad) (AL, 306), que es precisamente la plenitud de la justicia y lo que nos dispone a recibir la misericordia de Dios». (Pensamiento del Papa Francisco sobre la revolución de la ternura).

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 5 de febrero de 2023

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