Terminará la época de lluvia y notaremos que viene el verano en el que crecen las veraneras cuajadas de flores de brillantes colores, amarillas, magentas, rojas, blancas, combinadas… Veremos por todo lo ancho y largo del país que sin importar dónde estén plantadas estas hermosas enredaderas presentan la característica de que entre más hostil el entorno, mejor resulta el aspecto de sus tallos y sus flores.
Las veraneras o bugambilias son un ejemplar regalo de resiliencia por parte de la naturaleza, porque ser resiliente ha sido definido como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Las mismas cualidades de las veraneras las encontramos también en el bambú que ante al viento implacable se dobla sin romperse, para luego volver a su posición anterior sin haber sufrido daño alguno.
Las circunstancias duras sufridas por el bambú y las bugambilias dieron como resultado la mejor versión de ellas, mostrando que su belleza proviene de un gran sufrimiento… Las personas también pasan por momentos de prueba. ¿Alguna vez ha sufrido (o alguien cercano) un dolor moral o físico tan grande que siente que no puede respirar ni pensar o seguir adelante porque desea morir en ese mismo instante? Con toda honestidad me atrevo a pensar que todos hemos tenido esta clase de sufrimiento en algún momento de la vida… De allí la importancia de investigar y reflexionar para poder entender mejor qué hay detrás del dolor y la muerte. Y conocer acciones resilientes para sacar la mejor versión de nosotros mismos.
La primera enseñanza que me inspira la belleza de las veraneras para disminuir o sanar el propio sufrimiento (o ajeno) proviene de la ciencia:
1. Ser más amable con los demás. En especial con quienes se interactúa cada día haciendo pequeños servicios como llevar una carga pesada; hacerle una compra a un vecino enfermo; levantarle el ánimo a quienes conviven conmigo; hacer un cumplido sincero.
Según el estudio, actuar amablemente activa una parte del cerebro que ayuda a sentir placer y se puede influir en el ambiente para crear una atmósfera de generosidad y servicio.
2. Empezar a meditar practicando la amabilidad cariñosa (LKM), evocando pensamientos cálidos y amorosos, tanto de sí mismo como de los demás, buscando encontrar el lado bueno de las cosas y personas.
3. Hacer ejercicio. El estudio de la Clínica Mayo señala que quienes hacen ejercicio regularmente muestran después de ocho semanas considerablemente mayor felicidad.
4. Desarrollar una mentalidad más positiva. Fuente: Cómo ser feliz: consejos para cultivar la alegría.
Me admira en las ramas de las veraneras la unidad de las flores en ellas porque les permiten sostenerse unas a otras formando magníficos gajos… De esa misma forma podemos confortarnos entre la familia, amigos y comunidades espirituales (tribus), junto a la fe cristiana, los deseos y las oraciones de unos por otros.
Por eso, una segunda enseñanza de la naturaleza es aprender a tener concordia o armonía, que según el diccionario tiene varios significados:
1. Unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes.
2. Bien concertada y grata variedad de sonidos, medidas y pausas que resulta en la prosa o en el verso por la feliz combinación de las sílabas, voces y cláusulas empleadas en él. Y la que más me gusta:
3. Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen.
Observar a la naturaleza, específicamente la belleza de las flores, me provoca un profundo sentimiento de agradecimiento por la vida, en especial por la presencia de los seres queridos que ya no se encuentran al lado, ya que son un regalo que muchas veces lo tomamos por descontado cuando en realidad cada día es un milagro que hay que vivir con plenitud, apasionada alegría y confianza en el futuro. Al igual que las veraneras, podemos elegir la actitud que vamos a asumir frente a las situaciones espinosas o dolorosas que no están en nuestras manos cambiar; o que nos han sido impuestas por agentes externos; o porque han sido permitidas por la Divina Providencia.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 6 de noviembre de 2022