No olvidemos que la mejor red social que existe es la familia.
Debido al coronavirus, parece que existe una crisis de identidad en las instituciones fundamentales de la sociedad, para llevar a cabo exitosamente sus misiones: la familia, la Iglesia, el Estado, la empresa privada, medios de comunicación, la escuela y las ONG. Y tal como la oruga tiene que pasar por la crisis de romper el cascarón para que salga una bella mariposa, cada una de estas instancias sociales se está reinventando.
Me impresiona cómo los pastores y sacerdotes cristianos están llevando consuelo y ánimo a través de las redes sociales en formas antes inimaginables. Un ejemplo fue la bendición del Papa Francisco impartida con el cariño paternal a nombre de Jesús, frente a una plaza vacía pero seguida por millones de personas alrededor del mundo. Igualmente, los curitas digitales en cada ciudad y pueblo están buscando a los necesitados junto a los laicos que organizan actividades solidarias. Además, llevan al Santísimo Sacramento en automóvil por los barrios alrededor de las parroquias. Y qué decir de los héroes de la enseñanza, los maestros ingeniosos que hacen milagros de pantalla a pantalla tratando de transmitir con entusiasmo a sus alumnos el amor por las ciencias, para que reciban sus clases.
¿Y en cada familia que se ve obligada a guardar cuarentena? Allí es donde más se está dando la oportunidad de transformación, ya que vivir juntos requiere aprender a amar y estar unidos para hacer un hogar luminoso y alegre. Este es el momento en que se puede vivir realmente la paridad varón y mujer, dignificando los géneros el valor de las tareas domésticas y del cuidado de los infantes, los mayores y los enfermos.
Personalmente desearía que aprovechando la Pascua de Resurrección y la cuarentena, los cristianos nos replanteáramos aprender a mirar con ojos nuevos la vida de familia, que quizás por trabajar fuera de la casa, no apreciamos en su justa medida. Me gustaría fuera una revuelta interna hacia la amabilidad, la generosidad y solidaridad de unos con otros; de tal forma que acompañemos a aquellos miembros de la familia que más sientan el jaloneo de equilibrar familia, trabajo y vida personal, en su lucha diaria por alcanzar a completar con dignidad sus necesidades materiales y en el camino de conseguir sus sueños o emprendimientos. No olvidemos que la mejor red social que existe es la familia.
En la exhortación apostólica «Amores Laetitia» (numerales del 91 al 118), el Santo Padre describe la manera de vivir las cualidades de quien sabe amar de verdad, relacionadas con la ternura y la compasión. Se trata de las actitudes necesarias para no maltratarnos ni herirnos a nosotros mismos ni a los demás, porque sabemos comprender y disculpar todo (111 al 117), y lo «cree todo, espera todo, soporta todo».
Así, se remarca con fuerza el dinamismo contracultural del amor, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo. Debemos limitar el juicio y contener la inclinación a lanzar una condena dura e implacable en la familia. Hay que abstenerse de dañar la imagen del otro como un modo efectivo de reforzar la propia, de descargar los rencores y envidias sin importar el daño que causemos…Quienes se aman, en especial los esposos, hablan bien el uno del otro, intentando mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 12 de abril de 2020