Uno de los primeros principios éticos que mostró la mayor civilización en su momento, fue el famoso lema vengativo «ojo por ojo y diente por diente».
Antes de esta norma de justicia elemental, si una persona mataba con su camello a una cabra que pertenecía a un habitante de la población vecina, todo el clan de la persona agraviada llegaba y mataba a los animales y a la familia del dueño del dromedario que cometió el asesinato del rumiante.
En ese marco, es interesante descubrir que para todas las culturas a lo largo de la historia humana entregar y recibir perdón es considerado un acto de misericordia que tiene mucho valor y aprecio, indistintamente sea la procedencia y genero de las personas.
¿Qué sucede cuando digo: «Te perdono»?
No se niega la maldad de la agresión, ni se les quita gravedad a las actuaciones malas. En cambio, perdonar sana el corazón y demuestra libertad exquisita. Al perdonar, «es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro» (Dra. Jutta Burggraf, filósofa).
Por otro lado, «si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla.
Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos); y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. Pero no pueden huir del sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables.
Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Perdonar es un acto libre que elige no actuar con venganza.
El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior».
Perdonar es renunciar al resentimiento. La Dra. Burggraff explica con una imagen la diferencia entre un mal absoluto y uno relativo: «La extirpación de un brazo gangrenado es un mal relativo que me puede ocasionar mucho dolor y sufrimiento, pero no tengo nada que perdonar al médico, porque lo único que ha hecho ha sido salvarme la vida».
El comentario de una familiar mío o un conciudadano es igual: puede dolerme porque me recuerda un fallo mío, pero no hay nada que perdonar, pues, en el fondo, me ha hecho un bien al señalarme una actuación que le ha hecho sufrir.
Avancemos hacia la reconciliación renunciando como salvadoreños a la venganza. Todos recibimos heridas en la guerra pasada. Es momento de ser libres perdonando.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 23 de junio de 2019