Sócrates habla a los maestros

Estamos en el mes en que mostramos nuestro aprecio a los maestros que hemos tenido a lo largo de la vida, razón por la cual quisiera rendir mi agradecimiento a través de una corta recopilación del pensamiento de uno de mis favoritos maestros: Sócrates (Atenas, 470 a. C.-399 a. C.), que vivió después de la victoria de Grecia sobre los persas y en el imperio de Pericles.

Como ciudadano en la milicia, mostró resistencia, valentía y destreza en las campañas castrenses en las que participó, lo cual fue atestiguado por Alcibíades, un político de esa época.

Con una gran agudeza de razonamiento y facilidad de palabra, el maestro Sócrates pasó la mayor parte de su vida en los mercados y plazas públicas de Atenas manteniendo discusiones y respondiendo mediante preguntas (un método denominado mayéutica, o conocimiento a través del cuestionamiento). No escribió ningún libro ni tampoco fundó una escuela regular de filosofía.

Se considera el eje de la historia de la formación del ciudadano griego por su propio esfuerzo.

La forma de enseñar de Sócrates era a través de la amistad, de conversar de temas de actualidad, haciendo preguntas, por medio de una agudeza de observación para seguir los pasos de la juventud. Se interesó mucho por profundizar y conocer a los seres humanos, fomentando la educación de los jóvenes con consejos y ejemplos aparentemente triviales para impulsar sus talentos y sus fuerzas internas.

Su actuación era movida por su «preocupación por el bienestar del hombre concreto sobre el que en cada caso actuaba» (Werner Jaeger, «Paideia», capítulo II).

Una descripción de cómo realizaba el proceso educativo de Sócrates la encontramos recopilada en el libro «Paideia» de Jaeger: «Jamás, mientras viva, dejaré de filosofar, de exhortaros a vosotros y de instruir a todo el que me encuentre, diciéndole según mi modo habitual: ‘Querido amigo, eres un ateniense, un ciudadano de la mayor y más famosa ciudad del mundo por su sabiduría y su poder, y ¿no te da vergüenza de velar por tu fortuna y por tu constante incremento, por tu prestigio y por tu honor, sin que en cambio te preocupes para nada por conocer el bien y la verdad ni de hacer que tu alma sea lo mejor posible?’ Y si alguno de vosotros lo pone en duda y sostiene que sí se preocupa de eso, no le dejaré en paz ni seguiré tranquilamente mi camino, sino que le interrogaré, le examinaré y le refutaré, y si me parece que no tiene areté (virtud) alguna, sino que simplemente la aparenta, le increparé diciéndole que siente el menor de los respetos por lo más respetable y el respeto más alto por lo que menos respeto merece. Y esto lo haré con los jóvenes y los viejos, con todos los que encuentre de esta ciudad, puesto que son por su origen los más cercanos a mí. Pues sabed que así me lo ha ordenado Dios, y creo que en nuestra ciudad no ha habido hasta ahora ningún bien mayor para vosotros que este servicio que yo rindo a Dios. Pues todos mis manejos se reducen a moverme por ahí, persuadiendo a jóvenes y viejos de que no se preocupen tanto ni en primer término por su cuerpo y por su fortuna como por la perfección de su alma«.

El examen y la refutación son parte del proceso educativo de Sócrates, quizá su mayor originalidad. «El examen del hombre» de Sócrates se basa en la búsqueda de bienes superiores, en su idea de que, en vez de preocuparse por los ingresos, el ser humano se preocupe por su alma. Sócrates consideraba su acción educativa como una misión y «un servicio a Dios». Concretiza el cuidado del alma como el cuidado por el conocimiento del valor y de la verdad.

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 16 de junio de 2019

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