El contenido de esta columna se refiere a compartir algunas ideas para desintoxicar el ambiente actual después de una temporada electoral que estuvo llena de insultos, noticias falsas («fake news»), mentiras y agravios contra el buen nombre y la dignidad de personajes públicos o de gente particular, cuyo único delito fue el simple hecho de estar en desacuerdo con un contrincante.
El tema es sobre una interesante teoría para establecer o reconstruir entornos responsables, amigables y confiables para promover el desarrollo de las personas, ya sea en el hogar, la empresa, la sociedad o la política. Me refiero a la hipótesis compilada como la «economía de las caricias rehabilitadoras», relacionada con cualquier signo de reconocimiento que provenga del exterior.
De acuerdo con uno de sus voceros más intensos, el colega consultor español Álex Rovira Celma, la proposición fue dispuesta «hace ya más de 20 años por Claude Steiner, a partir de sus observaciones clínicas en el ejercicio de la psicoterapia junto con el legado que le dejó su maestro Eric Berne, que construyó una interesante teoría que denominó «la economía de caricias».
Bajo este concepto, Steiner y muchos otros han investigado los efectos que ejerce sobre el ser humano el crecer y vivir en abundancia o escasez de signos de reconocimiento que, para resumir, llamaremos caricias. Álex Rovira Celma, (conferenciante, economista y escritor reconocido)
Efectivamente, tal como escribe el profesor de ADEN Álex Rovira sobre la «economía de las caricias«, se trata de ir más allá del agua, higiene, calor y alimento porque «el ser humano precisa del contacto con los otros para crecer, desarrollarse y sobrevivir. Los estímulos positivos o negativos que recibimos de los demás (llamémosles caricias) son determinantes en nuestra evolución como personas. Su ausencia puede ser fatal… Tanta es nuestra necesidad que, si no suceden en positivo, las forzamos en negativo rebelándonos como forma de llamar la atención. Lo podemos comprobar en cualquier contexto: trabajo, educación, relaciones familiares, políticas, sociales, o en internet. Toda esa gente que chilla en las redes no es más que un reflejo de nuestra necesidad de caricias. Pero esta versión tóxica de caricias no funciona porque, si bien pone el foco en nosotros temporalmente, nos acaba alejando inexorablemente del otro…»
En el ámbito empresarial, significaría que debemos tomar tiempo y reinventar nuestro liderazgo para que encaje en la «Revolución Industrial 4.0», que ha venido a sustituir la forma de gobernar puramente jerárquica, manifestada esta por un talante de «yo mando, tú ejecutas». En cambio, con el liderazgo inspirado en la «economía de las caricias», que está relacionado directamente con innovadores conceptos tales como «inteligencia y economía colaborativas», se podría transformar la cultura empresarial y social recuperando la capacidad de progresar juntos.
«Se trata de relaciones no tanto de acatamiento sino de autonomía, y con una visión compartida, consensuada, con una cultura potente». Ciertamente, «la cultura organizacional hay que entenderla como la integración de un conjunto de hábitos que hemos creado entre todos y de los que hemos ido haciendo una pedagogía. Creo que el liderazgo empieza por la creación de una cultura, a partir de la búsqueda de la excelencia en lo que tiene que ver con las competencias emocionales y sociales, cognitivas, operativas, creativas, del compromiso en una visión compartida y éticas. Y cuando se fragua todo este conjunto en un estilo propio es cuando se consigue que las organizaciones prevalezcan a largo plazo… La humanización es la asignatura pendiente en nuestra economía».
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 24 de febrero de 2019