¿Cómo habrá sido la personalidad (su esencia más profunda o marca personal) de cada uno de nuestros héroes y heroínas independentistas, que los llevó a realizar acciones concretas, pasando de soñar con una patria libre a culminar con la fundación de una nación que luego llamaríamos República de El Salvador? ¿Qué competencias tiene el liderazgo personal que deja una huella relevante en el espacio/ tiempo en que se desempeña?
Según la investigación compilada en un libro que estoy leyendo, bajo el título «Integrar la vida«, realizada por Nuria Chinchilla, Esther Jiménez y Pilar García- Lombardía, son cuatro las metacompetencias que conforman el núcleo del liderazgo personal para que pueda dejarse una huella relevante en el entorno en que se ejerce.
Estas competencias son «la toma de decisiones, la integridad, la fortaleza y la inteligencia emocional y que ya los clásicos acuñaron con el nombre de virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza«.
Se define como metacompetencias (según Briscoe & Hall,1999): «Una metacompetencia es una competencia que es tan poderosa que influye sobre la capacidad de la persona (en este caso el coach) para adquirir otras competencias«.
Los resultados de Pilar, Nuria y Esther (a quienes las dos últimas tengo el gusto y honor de llamar mis amigas) incluyen definiciones de las cuatro metacompetencias, relacionándolas con las características que a lo largo de la historia se asocian con marca personal de quienes son dignos de confianza y respeto, independientemente de si son mujeres u hombres:
–»La prudencia se corresponde a la toma de decisiones, pues es saber tomar bien las decisiones, es decir, consiste en calibrar bien las consecuencias antes de pasar a la acción. Ser capaces de seleccionar bien la información que nos llega para escoger lo que nos conviene que puede no ser lo que nos apetezca, y así evitamos autoengañarnos.
– La justicia se corresponde con la integridad. Los clásicos la entendían como dar a cada uno lo que le corresponde. Consiste en asimilar unos valores que toman en cuenta a las demás personas en nuestras acciones y en estar integrados, es decir, mantener una coherencia entre lo que hacemos, pensamos y decimos.
– La fortaleza, que en su vertiente hacia fuera o más masculina consiste en acometer, en la proactividad y tener iniciativa. Y que en su vertiente hacia dentro o más femenina consiste en aguantar bien los golpes, el autocontrol y la resiliencia.
– Y por último, la virtud de la templanza se corresponde con la inteligencia emocional. Se trata de atemperar la emoción allí donde se desborda y, por el contrario, hacerla aflorar allí donde escasea».
Ya antes me he referido en esta columna a que la valentía de actuar con honestidad no vacuna contra los errores, pero cuando se busca gobernar prudentemente (una empresa, familia o el estado) se prefiere no acertar veinte veces antes que dejarse llevar de un cómodo abstencionismo. No se obra con alocada precipitación o con absurda temeridad, pero se asume el riesgo de las propias decisiones, y no se renuncia a conseguir el bien por miedo a no acertar.
Se hace imprescindible por tanto que, al encontrarse en posiciones de autoridad, se busque rodear de colegas ponderados, objetivos, que no se apasionen inclinando la balanza hacia el lado que les conviene. De personas confiables y que actúen con rectitud de intención, porque buscan habitualmente servir a la verdad y al bien común, tratando de tomar decisiones colegiadas.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 16 de septiembre de 2018