Padres: la mejor prevención del embarazo adolescente

Hace años leí una campaña con el lema: “Padres: la antidroga efectiva”, como una forma creativa de presentar el insustituible rol educativo de papás y mamás para decir no a las drogas (“Parents, the anti-drug”, TIME Magazine, junio de 2012). Efectivamente, los papás son primeros formadores de valores, por lo que según los expertos en prevención se necesita tiempo con los niños y las niñas para conversar, jugar, comer, hacer tareas y orar para que no caigan en las adicciones (ya sea de juegos, pornografía, de redes, etcétera).

Haciendo una analogía con esta campaña, ¿quién sino los padres deberían con amor enseñar a los jóvenes a conocer su propia sexualidad? Pero es que los padres no están hablando o no quieren hacerlo, dicen algunos. Este hecho no significa que se deba sustituir a los padres, sino que invoca la necesidad de proporcionarles las herramientas para que cumplan con lo que señala el artículo 55 de la Constitución, que establece que “los padres tendrán derecho preferente a escoger la educación de sus hijos”.

Desde una perspectiva ecológica, el acto natural que pone en juego la sexualidad humana es más que biología, ya que incluye una serie de vinculaciones psicológicas e intelectuales que hacen que el adolescente se manifieste como persona hombre o como persona mujer. Pertenecer a un determinado sexo no puede ser reducido a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un elemento básico de la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano.

En las personas humanas, lo natural es que el deseo sexual esté intrínsecamente unido al deseo amoroso. Eso explica la sensación de soledad que queda cuando se practica el sexo a solas o cuando nos acercamos a otro o a otra solo por curiosidad de probar. Al cuerpo, la mente y al corazón de los humanos les gusta funcionar a la vez. Por esta razón, el valor agregado o el “plus” de la sexualidad verde antes mencionada es el tipo de actitud que genera frente a sí mismos y su propia afectividad y sexualidad.

Al tratarse de un estilo de vida, se requiere ir hacia la educación de la voluntad. Esto implica trabajar por conseguir una elevada inteligencia emocional, que llevará a los niños y jóvenes cónyuges a considerar su propia sexualidad, en cooperación con la del otro, promoviendo al mismo tiempo relaciones de corresponsabilidad en la institución matrimonial. La sexualidad verde se fundamentan en el valor (virtud vivida) de la fortaleza, que lleva a crear en la niñez y adolescencia una cultura de moderación.

Unas expertas en el tema, las doctoras Montserrat Rutlant y Ana Otte, urgen a “transmitir a los jóvenes la verdad y el bien sobre la sexualidad, el amor, el valor de la fertilidad y su cuerpo. Ya en la infancia debemos transmitir a los niños el valor de la espera, la paciencia, la generosidad y la fortaleza (guardar una golosina para después o para compartirla con un hermano o un amigo, etcétera). Tienen que aprender a tener dominio de sí y que la castidad no es una actitud ética pasada de moda ni es una actividad represiva de la personalidad, sino una expectativa alegre y una renuncia temporal y voluntaria que surge de un respeto mutuo y prueba de amor, tanto en la espera al matrimonio como dentro de la convivencia matrimonial”. Podríamos inventar el lema: Padres involucrados, papás empoderados, el mejor protector contra el embarazo precoz.

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 8 de julio de 2018

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