Estas últimas semanas han sido intensamente vividas: He asumido la pena de la familia de Karla Turcios, gran amiga y periodista, cobardemente asesinada en medio de la vorágine de violencia que sufre El Salvador. He padecido con las noticias de quienes no tienen medicinas para curar sus enfermedades en la red de hospitales públicos.
He sobrellevado la angustia de amigas con embarazos difíciles y peligrosos, a quienes solo se les ofrece como única solución el aborto (que no cura ningún padecimiento), en vez de reivindicar la obligación del Estado salvadoreño y de la comunidad médica para que las ayuden y acompañen (por ejemplo: a las niñas violadas gestantes), con su grupo familiar para que puedan tomar decisiones libres y humanas en los tratamientos que las curen a ellas y les salven al niño en sus entrañas.
Estos acontecimientos me han servido de marco para retomar la segunda parte de mi reflexión sobre la importancia de la empatía, la cual es una herramienta fundamental para la buena comunicación interpersonal.
Esta habilidad mejora la confianza, que a su vez es importante para construir la convivencia social. La empatía es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha empática nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores.
Cuando la escucha es atenta, nos implicamos en la realidad de los demás. Buscamos ayudar al otro a discernir cuál es la actuación más humana que se le pide dar en cada momento específico. Es en ese momento en que el interlocutor percibe que su situación, opiniones y sentimientos son respetados (es más, asumidos por quien le escucha) cuando abre los ojos del alma para contemplar el resplandor de la verdad, la amabilidad de la virtud.
Al hacernos cargo de las debilidades de los demás, sabremos también animar a no ceder al conformismo, a ampliar sus horizontes para que sigan aspirando a la meta de ser mejor cada vez… En cambio, la indiferencia ante los demás es una grave enfermedad para quien quiere ser más humano.
Algunos pensadores han dado en llamar “nueva sensibilidad” a la empatía o solidaridad amorosa. El filósofo Alejandro Llano señala los Cinco principios inspiradores de esta mentalidad:
1. El principio de gradualidad implica reconocer que la realidad no se agota en la alternativa del “blanco o negro”, sino que está llena de matices. De aquí la importancia de cultivar las tradiciones, de trabajar en grupos y redes, y de valorar las llamadas “habilidades blandas”, particularmente la capacidad comunicativa.
2. El principio de pluralismo se halla en continuidad con el anterior, pues la comprensión de una realidad siempre cambiante requiere una flexibilización y modulación del conocimiento: la convergencia de distintos puntos de vista, pero, sobre todo, de formas diversas o analógicas de racionalidad… Esta elasticidad se opone a un punto de vista único y homogéneo, a favor de la inclusión de distintas visiones y aptitudes.
3. El principio de complementariedad es una ulterior consecuencia de los precedentes. Si la realidad es cambiante y requiere una amplitud de perspectivas, se descubre que entre las cosas no hay solo diferencias, sino también complementariedad.
4. El principio de integralidad expresa que el ser humano es una unidad en su estructura espiritual-corpórea y en su actividad. Por ello, esta propuesta conduce a superar la fragmentación en los diversos ámbitos de la vida. Concretamente, ante la compartimentación del saber y el excesivo “especialismo”, se propone el antídoto de la interdisciplinariedad.
5. El principio de solidaridad es una cierta aplicación del anterior al intercambio de bienes entre los individuos, de manera que se planteen como relaciones interpersonales y no como engranajes de producción y consumo.
Columna de Opinión publicada en La Prensa Gráfica, 22 de abril de 2018