Estaba en mi automóvil tratando de pasar hacia una carretera principal, cuando un autobús del transporte público hizo su parada justo tapándome el paso. No quedando más remedio que esperar a que se subieran los pasajeros, comencé a observar la fila ante la puerta de entrada, en la cual estaban muchas mujeres de toda edad y un varón joven, con mochila, tratando de subir.
Me sorprendió agradablemente que el hombre pacientemente dejó pasar a todas (al menos 10), dando ejemplo a otro que llegó al momento, hasta que los dos pudieron abordar también. Ninguna les dio las gracias, y el caballero desconocido no parecía estar haciéndolo por eso, sino porque le parecía lo correcto.
Al igual que en mis dos anteriores columnas, el tema pretende reflexionar sobre repensar la educación de los niños para que sean los hombres ciudadanos que necesita El Salvador, por eso creo que una de las habilidades más importantes es el equilibrio, de tal forma que los varones puedan ser educados en su voluntad e inteligencia sin olvidar la educación de la inteligencia emocional. En la medida que ellos tengan una sana, madura y equilibrada afectividad (tener un corazón valiente, sabio y generoso), estarán preparados al llegar a la adultez para relacionarse cómodamente con las mujeres, las cuales están creciendo más empoderadas y seguras de sí mismas.
Todavía recuerdo que mi abuela me decía que antes a ellos se les decía que no debían llorar, ni abrazarse o besarse entre hombres, ni expresar ninguna clase de emoción, sentimiento o afecto, encerrando su corazón en un zapato más pequeño que la grandeza y misión de ser persona y varón. Efectivamente, todavía en algunas sociedades de América Latina son mal vistas las manifestaciones de afecto entre varones, aunque ahora hay más hombres que dan besos a sus papás en público, además del fuerte abrazo, y no solo el tradicional apretón de manos o la palmada en la espalda.
“Hay cosas que solo se pueden decir con el cuerpo. Y me parece que tiene toda la razón del mundo, mi colega Philip Müller. Está claro que hay mucho de convencionalismo y de evolución histórica tanto en las normas de cortesía como en los modos de vivir la familiaridad… por eso con el paso de los años he aprendido a ser generoso en los abrazos a los amigos, sobre todo cuando hace algún tiempo que no los veo. La vida me ha enseñado también a tomar del brazo al amigo enfermo cuando voy a visitarlo al hospital y quizá las palabras sirven ya de poco consuelo, o a dar (si me dejan) un beso en la frente al amigo muerto puesto que no he podido dárselo cuando estaba vivo”. Jaime Nubiola, filósofo.
Redoblemos esfuerzos para fortalecer en el hogar, la escuela y la empresa la educación de las emociones en los varones para formar un corazón valeroso y justo. Así se volverá cada vez más común que en todas partes los varones se sientan a gusto mostrando su propia afectividad, con pequeñas acciones en campos vedados para ellos en el pasado: llevar en brazos a sus bebés cubiertos con la mantilla, llevando la “pañalera”; comprar en el súper y cocinar delicioso; compartir las tareas del hogar; coordinar ingresos de ambos esposos en términos de corresponsabilidad en las finanzas de la familia; asumir los éxitos y retos de la pareja y disfrutándolos como propios al trabajarlos como equipo.
Columna de opinión publicada en La Prensa Gráfica, 3 de diciembre de 2017