Repensar la educación de hijos varones (Parte 2)

Si se hubiera denunciado y detenido al poderoso magnate de Hollywood Harvey Weinstein cuando realizó el primer acoso sexual contra una víctima, normalmente alguna joven aspirante a ser artista de éxito, probablemente el escándalo no hubiese llegado tan lejos (la lista ya llega a 47 hasta el momento).

Las noticias de Weinstein, productor de la Meca del Cine, caído en desgracia, ha permitido al menos tres cosas:

  • En primer lugar, que muchas se atrevan a denunciar que han sufrido acoso o abusos sexuales en la industria audiovisual.
  • Segundo: una gran ola de solidaridad pública entre mujeres, a la que se han sumado muchos varones (entre ellos mi esposo, amigos y familiares), expresando el apoyo a las víctimas nacionales e internacionales, mostrando admiración pública hacia las valientes que han roto el silencio.
  • Y tercero, es que los varones mismos están cuestionando si es correcto seguir con la actitud de “hacerse del ojo pacho” ante casos de acoso sexual en el ámbito laboral, político o deportivo.

Los hombres están cada vez más conscientes de la necesidad de abandonar esta actitud asolapada, con visos de llegar a ser complicidad, en especial cuando es un secreto a voces que un líder poderoso es un abusador y depredador de mujeres; aprovechándose de su posición de autoridad e influencia en el futuro de una mujer…

Los expertos y las investigaciones indican que en los casos de abusos que salen a la luz 20 años después denunciados por las propias víctimas, resulta que todos los allegados al lugar en que ocurrieron lo sabían, pero nadie los denunciaba por miedo, comodidad, indiferencia, interés personal o por no quemarse con el jefe.

Cambiar la cultura de impunidad y pacto de silencio, por una de respeto pasa por reforzar la educación del carácter y sentimientos de los varones. ¿Por qué se ha descuidado esta parte de la formación del corazón? El experto escritor y pedagogo Alfonso Aguiló señala que hemos heredado una “confusa impresión de que los sentimientos son algo oscuro y misterioso, poco racional, y casi ajeno a nuestro control, confundiéndolo con sensiblería; pero sobre todo porque la educación afectiva es una tarea difícil, que requiere mucho discernimiento y mucha constancia (aunque esto no debería sorprendernos, pues nada valioso ha solido ser fácil de alcanzar)”.

No es cierto que inexorablemente tendremos un temperamento que no se puede cambiar. Según el investigador Jerome Kagan, de la Universidad de Harvard, se puede moldear el “equipaje sentimental” con que nacemos. Así mismo, la educación de la afectividad tiene como objetivo llegar a tener alumnos (hijos e hijas) con una sana actitud y conducta frente a la sexualidad.

Por eso tampoco hay que olvidar el papel de la fe (religión) y de la enseñanza de la ética para educar en el respeto entre ambos géneros, reforzando la prevención, ya que son ciencias que instruyen en “juzgar óptimamente”. Bien dice el refrán que “es más fácil apagar una chispa que detener un fuego monstruoso”.

Ahora que estamos en la Cuarta Revolución Industrial, de los hombres y las mujeres se espera que sean más y mejores seres humanos, para que obtengan habilidades, competencias y actitudes que les ayuden a autogobernarse primero, para, luego, poder liderar a otros, para detener cualquier abuso en grupo o individual, indistintamente sean hombres o mujeres, quienes hagan el bullying en el centro escolar, el hogar, cancha o la comunidad.

Columna de opinión, publicada en La Prensa Gráfica,  26 de noviembre de 2017

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