Recientemente conocí la historia de un hombre al que le dieron la noticia que tenía un cáncer terminal, estando frente su hija adolescente y una compañera de trabajo. La colega de inmediato se dedicó a consolar a la joven que estaba destruida emocionalmente, cosa que el hombre no deja de agradecerle cada vez que puede.
Efectivamente, el mejor regalo que podemos dar a la familia y a los demás es la empatía. Para el profesor de Harvard Adam Waytz, esta habilidad blanda “está de moda prácticamente en todas partes, no solo dentro de la ingeniería y los equipos de desarrollo de producto, sino se encuentra en el corazón del design thinking y de la innovación entendida de forma general. La empatía también es destacada como una capacidad fundamental de liderazgo, una que ayuda a influir sobre los demás miembros de una organización, adelantarse a las preocupaciones de los accionistas, interactuar con los seguidores de redes sociales e incluso celebrar mejores reuniones”.
En las familias y en toda organización se necesitan líderes empáticos, serenos y flexibles, porque la ira y la dureza hacen traspasar los límites de lo que es justo y razonable, de lo que es proporcionado a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar.
Nadie gusta de trabajar con un(a) amargado(da). Cuando una persona es rígida en sus actitudes, pierde la capacidad de influir efectivamente. La severidad turba y oprime a los demás. Con tanta inseguridad, violencia y tráfico caótico, son frecuentes las escenas de gritos y exabruptos.
Un ejemplo gráfico es cuando subimos o bajamos del autobús, del ascensor, del edificio, de la empresa o de las escaleras eléctricas de los centros comerciales durante las compras de Navidad y de fin de año, quedándose los niños y niñas que nos acompañan enmudecidos ante los pensamientos hostiles, transformados en frases o gestos violentos que hieren a los demás o a quienes amamos.
Enojarse es lo opuesto a la empatía y la ternura, pero hay que recordar que enfadarse no tiene por qué ser malo si se aprende a hacerlo con equilibrio. Lo correcto, según Tomás de Aquino, es buscar enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto. Y esto, verdaderamente, ya no resulta tan sencillo. Se necesita tener inteligencia emocional, es decir, empatía y alto grado de autocontrol (la voluntad educada).
Hoy celebramos Navidad, la más grande manifestación de ternura de parte de Dios hacia nosotros, que quiso nacer de una mujer para darnos amor y afecto.
Así lo afirma el Papa Francisco, al contemplar el pesebre: “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (EG 286). Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios… En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes….”
Mi deseo navideño es que este día y todo el próximo año 2018 seamos portadores de “montañas de ternura” que sane las heridas de quienes tenemos alrededor.
Columna de opinión publicada en La Prensa Gráfica, 23 de diciembre de 2017