¿Qué quieren las mujeres verdaderamente?

¿Cuál sería un regalo excepcional para las protagonistas en este mes en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer poniendo al centro del debate un mayor avance de la equidad real de ellas con relación a los deberes y derechos, tanto en el hogar como la empresa, con su contraparte los varones? Valga la aclaración («disclaimer» o descargo de responsabilidad) que no pretendo responder a la pregunta sino más bien tenerla como guía para pensar fuera de la caja sobre innovadoras soluciones a retos milenarios con relación a discriminación e inclusión femenina.

Desde el año 2004 me interesó el tema de la corresponsabilidad entre los dos géneros después de escuchar a la abogada y especialista Dra. Angela Aparisi disertar sobre la necesidad de una cultura de corresponsabilidad intergeneracional así como entre hombre y mujeres en la primera edición del Congreso de Liderazgo de la Mujer organizado por la CÁMARA DE COMERCIO.

La experta planteó la invitación a construir intelectualmente una teoría y una antropología adecuadas a que se haga una mayor conciencia a la realidad de las cosas para lograr una mirada que resulte más verdadera, y, en definitiva, más justa. Ella explicó el modelo de la igualdad en la diferencia (también denominado de la corresponsabilidad varón-mujer), que propone hacer compatible la igualdad y la diferencia entre ambos, sin caer en la subordinación, en el igualitarismo, ni en la exaltación unilateral de la diferencia. Enfatizó en la igual condición de personas del varón y la mujer y, en consecuencia, de su igual dignidad y derechos, así como de que los dos poseen una doble misión conjunta en la familia, la empresa y la cultura.

Los varones «están llamados a ser coprotagonistas de la construcción de la historia y la sociedad, de un progreso equilibrado y justo, que promueva la armonía y la felicidad… El modelo de la complementariedad debe dar un paso adelante: tiene que dilucidar dónde se encuentra la diferencia y saber insertarla en la igualdad, de modo que ninguna categoría lesione o le reste su lugar a la otra. Se trataría de encontrar lo que la excanciller noruega Janne Haaland Matláry denominó el eslabón perdido del feminismo, es decir, una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres. (Haaland Matláry, 2000, p. 23).

Además, al determinar en qué consiste la diferencia, tendrá que precisar qué tiene de cultural y qué de permanente en la condición sexuada, explicando cómo se armonizan igualdad y diversidad (Blanca Castilla de Cortázar, 1992, pp. 37-38, profesora de filosofía). Con relación a la igualdad, se plantean dos elementos estructurales comunes a hombres y mujeres:

a) su dignidad intrínseca, con los correspondientes iguales derechos;

b) su carácter relacional.

Así, frente al individualismo que enarbola gran parte del igualitarismo, se entiende que la dimensión de interdependencia es también consustancial a la persona. Esta se construye en y a través de la relación intersubjetiva. La experiencia humana -tanto de varones como de mujeres- es, así, una experiencia de relación e interdependencia con los demás…».

La buena noticia es que esta aspiración de corresponsabilidad varón-mujer tuvo un avance gigante a partir del encierro y apertura por la crisis sanitaria global por el covid-19. Efectivamente, la lección aprendida fue revaluar todas las habilidades y competencias dirigidas al cuidado de las demás personas, los infantes, la gente vulnerable, los enfermos, ancianos, los trabajadores, así como del auto cuidado. Salieron apreciadas de nuevo las tareas de servicio, las de atención diligente a los demás y la actitud de dar lo mejor de sí mismo, entre otras. Durante la reclusión en los hogares fuimos testigos que dichas actividades no fueron (ni deberían serlo) privativas, ni exclusivas, de las mujeres. Por el contrario, fueron igualmente ejercidas como indispensables por el varón, quienes pudieron experimentar que tienen un papel relevante en la construcción de una cultura del cuidado en la familia y en la empresa. Para ambos géneros, la ganancia consistió en que ambos advirtieron que su relación podía estar fundamentada en valores como la corresponsabilidad, la colaboración y la complementariedad, en vez de la lucha por el poder o por una desmedida competencia cruel frente a los demás.

La Dra. Aparisi propuso entonces dos vías para lograr una cultura de complementariedad en la sociedad: Acompañar al varón a que descubra y practique «actitudes de respeto, cuidado y valoración de la vida, además de una activa presencia en el hogar, y de su colaboración corresponsable en las tareas de este. Y la otra, destacar que también las estructuras laborales y sociales necesitan del genio y de los valores que tradicionalmente ha representado la mujer. Y ello, para hacerlas más habitables, para que se acomoden a las necesidades de cada etapa de la vida de las personas, para que cada ser humano pueda dar, en cada circunstancia, lo mejor de sí mismo. Pero consideramos que esto solo será posible desde un modelo en el que la corresponsabilidad sea una realidad, empezando por el ámbito familiar y, desde ahí, llegando al público».

Pienso que una de las respuestas a la pregunta de lo que verdaderamente quieren la mayoría de las mujeres, incluyéndome, sería la siguiente: «construir una familia con padre y una cultura con madre» (Blanca Castilla, 2002, p. 30).

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 12 de marzo de 2023

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