El joven sacerdote salvadoreño, que nos hablaba el 25 de diciembre, nos hacía una reflexión sobre el milagro silencioso que ocurre en la época de Navidad (que se acaba hasta enero de 2019 con la fiesta del bautismo del Señor Jesús).
El pastor católico describía la revaloración inconsciente y milagrosa que por este tiempo se hace de la familia, que se manifiesta en esfuerzo por pasar juntos las celebraciones de fin de año y por «sacar el ángel» de cada uno, esforzándose por ser pacientes los unos con los otros, en especial con los parientes mayores o con los chiquitines inquietos…
Efectivamente, no hay mejor temporada del año que esta para meditar sobre el regalo de la familia, ya que el ajetreo diario y las preocupaciones por sacar adelante a los seres queridos nos pueden llevar a olvidar que la misión de la familia es atender con amor a cada uno de sus miembros, según sus necesidades, para convertirla en el sitio idóneo para nacer, vivir y morir.
Solamente allí en la familia se han de resolver los problemas concretos de alguien concreto, con un rostro concreto, logrando en el proceso la mayor satisfacción que puede darse al anhelo de inclusión y justicia social.
En la institución familiar es donde se aprende a madurar para vivir en sociedad, contribuyendo con la creación de capital social y humano, bases ambos para la creación de valor y para el fortalecimiento del desarrollo sostenible.
«Se llega a esa impresión cuando se repasan las investigaciones sobre la cohesión social, la integración social y la estabilidad política (McClenaghan, 2000). La consistencia de una democracia no solo se asegura con una estructura justa, sino que se requiere la calidad moral de los ciudadanos.
El capital social supone la interiorización de: conductas, disposiciones, conocimientos, hábitos adquiridos en la socialización y acumulados mediante la educación y el aprendizaje o en la adquisición de bienes culturales. No es una coincidencia que el resurgir del interés por el capital social coincide con el reavivarse de la comunidad en los debates filosóficos y políticos expresados en las diferentes formas de comunitarismo…
Hay una evidente relación entre: comunidades, participación cívica, redes, estabilidad política, desarrollo económico, así como los sistemas de educación y aprendizaje. Se alza la idea de comunidad como una estructura social implicando procesos comunes en la generación y aceptación de normas sociales positivas, valores y prácticas Y esto se fragua en la familia… vía de conocimiento.
Por ejemplo, cuando se estudia el capital social en las familias y se llega a algunas conclusiones, como que las características de cada persona, creencias, estado civil y familia que han constituido influye más en el capital social que los regímenes políticos (Scheepers-Grotenhuis-Gelissen, 2002)». Fuente: Tomado del estudio «La educación en la familia, germen de capital social», por la doctora Aurora Bernal Martínez de Soria.
Evidencias sustanciales relacionan la niñez en pobreza extrema a la falta de un hogar estable. Cuando se fomenta y protege la familia basada en el matrimonio, se evita la pérdida de riqueza en una sociedad. En cambio, con el divorcio o la separación, se generan sentimientos de rechazo y exclusión en los hijos, que luego generan el ciclo de búsqueda de sentido de pertenencia en grupos de riesgo (maras, etcétera).
Estamos viendo en la multiplicación de las pandillas las consecuencias de no tener políticas públicas que se tomen en serio el fortalecimiento de la familia. Esperamos que el próximo presidente que resulte de las próximas elecciones se guíe por el sentido común, descontaminando de ideologías el papel de la familia y buscando las posibles soluciones a los retos que enfrenta.
Columna de opinión, La Prensa Gráfica, 30 de diciembre de 2018