En la plataforma Netflix estamos disfrutando en familia algunas series de épocas pasadas producidas en Turquía y en Corea, con actores y producciones de excelente calidad, magistrales escenarios y vestuario impresionante.
Las recomiendo porque se puede constatar que en todas las culturas apreciamos los valores humanos y éticos básicos: valentía, coraje, nobleza; la búsqueda del verdadero amor, la verdad, el bien y la belleza como imperativos del corazón humano para ser feliz; el aprecio por la familia; el dolor por la traición; el atractivo de un hombre y de un mujer íntegros; el deseo de dar y recibir perdón; la tragedia que ocasionan los sentimientos de envidia, celos y avaricia por un amor no correspondido o por no conseguir el puesto al que se aspiraba; el drama de la pobreza que arrastra la corrupción de los lideres; la repugnancia hacia el maltrato de las personas débiles, los vulnerables, niños, ancianos y las mujeres, en tiempo de paz o de guerra…
Llama la atención en las series coreanas históricas la «limpieza» de contenido erótico, incluso cuando el guion requiere enseñar algún momento íntimo de pasión de pareja, el cual es sutilmente insinuado…
Esta forma de contar las historias de «forma amigable» a las familias con miembros de toda edad es una ventana refrescante de la saturación visual erótica que reciben los hogares a través de las pantallas alrededor del mundo, y cada vez más aquí, en El Salvador.
Especialmente impacta de las series coreanas de época la calidad de confección de la ropa y de los materiales utilizados junto a accesorios de clase, que permiten que la belleza femenina sea apreciada sin distracciones, ya sean originadas por mezclas de mal gusto, exposición de mucha piel o ropa muy ceñida.
El sentido natural coreano de esas producciones manifiesta su respeto por la dignidad del cuerpo, un valor que además de ser humano universal es también un principio cristiano.
San Juan Pablo II expresaba hace muchos años: «Hoy día, el mensaje de la belleza es puesto en duda por el poder de la mentira, que se sirve de varias estratagemas. Una de estas es la de promover una belleza que no despierta la nostalgia de lo inefable (de lo noble), sino que más bien promueve la voluntad de posesión…«
Me parece que esto sucede cuando se presenta a la mujer en el cine, la TV y la publicidad como un producto comercial, con poca ropa, pues se le rebaja a categoría «cosa», como algo deseable de poseer, dominar, usar y tirar. Cabe entonces preguntarnos: ¿contribuye a mejorar las relaciones de paz entre los sexos o promueve el sentido de dominio y posesión utilizar en la publicidad el cuerpo de la mujer de forma erótica y erróneamente llamarle artístico?
El potencial enorme de los medios (digitales y tradicionales) y de la publicidad para promover la paz y armonía en la sociedad a través de fomentar una cultura de respeto es inigualable.
Y se logra a través de que cada periodista redescubra en primera persona lo básico y lo permanente cuando se vaya a tocar cualquier tema y su contenido: ¿cómo lo tomaría mi familia, mi propia hija? ¿Se sentiría cómoda con la forma en que estoy tratando el tema? Si no pasa esta prueba, no vale la pena (Jorge Metley, comunicador norteamericano). Creo que hay interrelación entre democracia, verdad, valores, belleza, paz, respeto, familia y medios de comunicación.
Columna de opinión, La Prensa Gráfica, 25 de noviembre de 2018