Las vacaciones me han permitido jugar con mi perrito yorkie, en todas las formas posibles: en la playa y en la grama; con pelotas y con botellas de plástico, ante la mirada divertida de sobrinos y abuelos asombrada ante las acrobacias del pequeño cachorro.
Efectivamente, es parte del ser humano el recurrir al juego, al igual que lo hacen los animales, pero existe una gran diferencia en la forma entre ambos, siendo la «característica más importante del juego humano que es improductivo», según explica el doctor José Víctor Orón Semper, investigador de Grupo Mente-Cerebro del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra.
«Es decir, cuando se acaba el juego entre humanos, no queda nada, no se ha conseguido nada más allá del juego. Aristóteles fue el que nos enseñó a distinguir entre ‘acto’ y ‘producción’. El juego es acto, no es producción… Él lo explica con el ‘ver’ y el ‘construir’.
Lo visto se tiene cuando se ve, no luego. La percepción de la vista se da en acto. Si luego recordamos lo visto estaremos propiamente recordando, pero no percibiendo. En cambio, mientras se construye algo, no tenemos lo construido, sino cuando hemos acabado, por ejemplo, la casa… Se dice, pues, que un acto es cuando, por ejemplo, un padre y un hijo juegan a pasarse la pelota, que va y viene, y para cuando el juego acaba, la pelota se guarda y no queda nada más allá del disfrute de haber jugado».
El doctor cuenta que «una vez vio a un niño de 10 años jugando a escalar. El juego consistía en intentar subir de espaldas por una red. La madre no prestaba atención al niño, y de repente el pequeño exclamó: ¡mamá, mírame no vaya a ser que haga trampas! El niño usa la escalada para acceder a la madre. Concluimos, pues, que el juego humano es disfrutar juntos mientras hacemos algo donde no se presenta interés por el resultado, sino por el encuentro interpersonal…
¿Cómo juega un mono, según el Dr. Orón Semper? «Un mono juega sólo produciendo, no le es posible el acto. Si se le esconde una banana al animal, este buscará seguir el juego hasta conseguir la fruta y comérsela. En cambio, cuando este juego se repite con un niño pequeño y una pelota, el chiquitín buscará seguir disfrutando con la persona, porque el niño usa la pelota para acceder al encuentro con el otro. El mono usa la persona para acceder a la banana…».
«Hay personas que se pasan la vida produciendo: ahora un título, ahora otro título, ahora un trabajo, ahora otro trabajo y por eso no es extraño que caigan en depresión. Han aguantado la respiración durante muchos años, pero al final hay que respirar y cuando se dan cuenta que no han jugado en su vida, se dan cuenta que no han vivido como humanos. Probablemente tengan una oficina elegante con grades vistas, sillón de cuero y mesa de caoba. Tienen la banana, pero no han jugado a la pelota… En la vida adulta continúa el juego con los niños, el deporte y la fiesta, pero también van emergiendo nuevas formas: viajes, trabajo y aventura. Si el trabajo es mera producción no es trabajo humano. El trabajo humano es jugar produciendo. Es disfrutar del encuentro interpersonal dentro del equipo de trabajo y con los que se beneficiarán de la producción del trabajo para los cuales se trabaja».
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 5 de agosto 2018