Imagen de confianza del abogado ético

En el marco de la celebración del Día del Abogado, 30 de junio, me parece una excelente ocasión para reflexionar sobre el reto que tienen hoy los profesionales del derecho y los funcionarios del sector justicia: humanizar la gestión jurídica, buscando hacer el bien y la justicia.

La profesora Ángela Aparisi, directora del Instituto de Derechos Humanos de la UNAV (Pamplona, España), en su libro titulado “Ética y deontología para juristas” (EUNSA), repasa algunos principios morales del accionar judicial animando a hacerlos realidad desde la actitud personal. “Los jurisconsultos, en general, no contemplan hoy su profesión como servicio a la justicia, sino como un discernimiento técnico entre lo legal e ilegal, lo cual plantea cuestiones que afectan al núcleo más básico de la deontología profesional: Es claro, por un lado, que una ley puede ser injusta.

¿Cuál debería ser entonces la actitud del jurista?

Por otro, la ley no es algo acabado o definitivo. Para hacer justicia, el jurista debe interpretar la norma y, sobre todo, aplicarla a las circunstancias, siempre diversas e irrepetibles de la realidad”. Ella señala también la importancia de la honradez, probidad, rectitud, lealtad, diligencia, dignidad o veracidad como las vías que ayudan a alcanzar el prestigio profesional.

El profesor de ética José Ángel Agejas, periodista, autor y profesor de Ética de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid), señala también que podemos cumplir las normas y no ser buenos. Y, por otro lado, nadie puede considerarse bueno solamente porque no viola la ley.

La herencia kantiana de la modernidad vincula ser buenos con cumplir normas y no con hacer el bien, porque las normas son medios y no fines. Si el medio no sirve para alcanzar un objetivo de hacer justicia y hacer el bien, hay que rechazarlo, pues de otra forma se caería en la hipocresía, el sentimentalismo y el egoísmo”. Explica el Dr. Agejas que cuando las normas y las leyes no bastan, el sujeto posmoderno solo tiene una certeza, la de aquello que siente. “Siento, luego existo”. A vivir atormentado por actuar conforme con los sentimientos.

Un sentimiento, por definición, es particular, nunca universal. No es un principio ético, aunque la cultura posmoderna se empeñe en utilizarlos constantemente como referentes en los debates éticos en los que se juega el futuro: eutanasia, experimentación con embriones, aborto, etcétera. Una cultura débil, fragmentada y sentimentalista es una sociedad cobarde. Hacer el bien exige valentía. Al menos la de enfrentarse a la propia conciencia y al bien… Ser libre, ser de verdad ético, es muy duro y arriesgado… La ética no es cosa de normas, ni de bienes, ni de sentimientos etéreos, sino la combinación de todo ello a la luz de la prudencia, con un objetivo: el bien.

Para inventarse normas, códigos y procesos ya están los estatalistas o los intervencionistas del signo que sean, que odian la ética porque temen la libertad…

¿Puede justificarse una acción de suyo inmoral, por el hecho de perseguir con ella un fin moralmente bueno?

Un caso es la consideración de las normas creadas por el hombre, que han de regirse por la prudencia; y otra, las normas creadas por la naturaleza de las cosas mismas, en último término por el Autor de la naturaleza de las cosas, en cuyo caso la prudencia puede exigir cumplirlas, pase lo que pase”. Felicidades, abogados, y mis mejores deseos para que sigan trabajando por reflejar una imagen de confianza fundamentada en la ética y la transparencia.

Columna de opinión, La Prensa Gráfica, 1 de julio de 2018

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