Educar con un estilo cristiano de liderazgo para cambiar el mundo

Estamos en el mes del niño y niña de tal forma que desde hace años se han multiplicado las maneras creativas para educar de la mejor manera a estas las personitas desde la infancia como una manera de agradecer el gozo que brindan al universo por su simple existencia. Hay un esfuerzo a nivel global para formar desde pequeños a la niñez para que desarrollen habilidades blandas y una equilibrada inteligencia emocional.

Ciertamente, el futuro necesita de un nuevo liderazgo amable, generoso y compasivo en todas las instituciones y organizaciones humanas. Existe multitud de estudios que corroboran que la compasión aumenta la felicidad, la resiliencia y el altruismo, sea cual sea el tipo de empresa o la cultura de un país. Aunque la siembra de “soft skills”, (por sus siglas en inglés), como la empatía y la compasión, parecen tarea imposible para un dirigente empresarial, lo cierto es que es una tarea “sorprendentemente fácil” si se une la familia y la escuela desde temprana edad. Esta forma, al llegar al lugar de trabajo, los futuros empleados podrán encajar y contribuir a la cultura y prácticas del mindfulness y atención plena de manera natural y con constancia. (Por ejemplo, se puede realizar justo antes de una reunión, mientras esperamos en la recepción).

Ejercer el liderazgo compasivo ofrece muchos beneficios para quien lo practica conscientemente y sobre quienes se ejerce el mando ya que permite mejorar tres dimensiones: La primera implica trabajar capacidad de autocompasión, de ser amables consigo mismos, para luego serlo con los demás. La segunda dimensión se refiere a practicar la atención plena para ser consciente de las necesidades de los demás. Por último, extender este proceso a toda la organización y más allá, promoviendo una cultura llena de misericordia, que reconozca la humanidad compartida.

El liderazgo compasivo tiene su influencia más decisiva y escuela más práctica desde los primeros cristianos hace más de 2000 años. Gracias a un gran amigo y compadre, he recibido los datos de un estudio realizado en EE.UU. y publicado recientemente por THE PEYTON INSTITUTE FOR DOMESTIC CHURCH LIFE,[1] que señala la realidad del cristianismo en esa nación. Para comenzar, de los hijos criados por familias católicas practicantes, únicamente el 15% permanecen católicos practicantes como adultos (tomando la autopercepción y asistencia a Misa dominical como indicadores de católico practicante). La buena noticia, es que este estudio ha logrado desentrañar qué fue lo que hicieron bien ese puñado de familias que sí han logrado que sus hijos permanezcan católicos como adultos. Variables que no resultaron predictivas de la conducta de los hijos adultos: asistencia o no a colegios católicos, asistencia como familia a Misa dominical, algunas prácticas de piedad en el seno familiar. En cambio, lo que sí marcó la diferencia, se puede resumir en una frase: Los hijos percibían su hogar como cálido, acogedor, y la fuente de esa calidez y acogida era la fe de sus padres. A mi este hallazgo me ha recordado lo que se decía de los primeros cristianos: “¡Mirad cómo se aman!”[2]

Además, el estudio señala la importancia de la calidez para formar una personalidad integrada y cristiana de la infancia dentro de las familias. Luego se podrían asentar las bases para que los hijos e hijas deseen ser y ejercer un liderazgo cristiano que brille por su amor compasivo. Para lograr hogares llenos de calidez se necesitan 4 elementos que los puede vivir cualquier hogar sin importar sus circunstancias culturales y socioeconómicas:

a) Dar primacía de las relaciones interpersonales entre los miembros de la familia. De manera consciente e intencionada, se evitaba que el activismo de actividades fuera del hogar les robara tiempo de convivencia familiar; y, al interior de las familias, tiempo mínimo de entretenimiento audiovisual con lo que se creaba el tiempo necesario para la convivencia. Se expresaban su cariño con frecuencia y físicamente.

b) Crear ambientes familiares llenos de riqueza de costumbres y rituales, como cenar juntos en familia y pasar los domingos cocinando juntos. Unidos, estos rituales llegan a influir para hacer vida familiar.

c) Salir al encuentro. Estar pendiente del más necesitado, en círculos concéntricos, desde los parientes cercanos y también de la familia extendida, los vecinos, la comunidad, el colegio ayuda a educar ser una persona servicial.

d) Construir un ambiente de apertura para que los hijos expresen sus dudas de fe, sin recibir por ello regaños, sino diálogo sincero y búsqueda juntos de la verdad. Cuando adultos, serán líderes respetuosos y compasivos con sus equipos.

Columna de opinión, La prensa Grafica, 13 de octubre de 2024

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