Comparto algunas ideas para hacer que nuestros propósitos para el próximo año lleguen a concretarse. El objetivo es visualizar pocos, pero realistas, que permitan espacio para la imperfección, en orden a perseverar en la lucha por alcanzarlos. Expongo cuatro áreas de donde escoger y luego defino qué es la prudencia:
1. Amar es cuidar. Significa cuidarse para cuidar mejor a quienes amamos. Hacer menús saludables para comer de forma más nutritiva. ¿Qué quiero de verdad para mi familia y mi pareja? Elaborar un plan para llevarlo a cabo. Crear un ambiente educativo en la casa con esta “visión” en mente para facilitar lo que todos queremos: felicidad, amor, responsabilidad, libertad y fe cristiana. Y para ello:
2. Nueva definición de trabajo. Desarrollar o reinventar la propia marca personal para proyectar confianza y liderazgo cercano con clientes, familiares y vecinos. Hay que recordar que una definición de trabajo más amplia incluye “mi trabajo como miembro de una familia”, que busca fortalecer los lazos de colaboración, corresponsabilidad y complementariedad dentro del hogar. Para ello, cuidar de corregir a solas a colegas, subalternos y clientes. No pelear por asuntos sin importancia propios de la convivencia diaria (“roces en el pasillo”, dicen los gitanos). Sonreír es acoger como un gesto que comunica sin palabras: “tú no me das igual”.
3. Cultivarnos. Limitar el uso de redes e Internet a un máximo de una hora diaria para cuidar y tener un cerebro saludable; cultivar nuestro espíritu y crecer como persona al mejorar la capacidad de admirarse, sorprenderse y agradecer el maravilloso universo que habitamos.
4. Calidad en la amistad. Fomentar el amor de amistad dentro del hogar y con los amigos es parte de la felicidad. Implica una actitud sincera y leal. Del encuentro con la verdad surgen el diálogo, el conocimiento y el amor.
Para perseverar en la lucha por alcanzar los propósitos se necesita paciencia. La actitud mental que se requiere está relacionada con el primer principio ético escrito en el corazón: buscar obrar bien y evitar a toda costa actuar mal.
Robert Spaemann, filósofo alemán, apunta que para obrar bien es preciso hacer justicia a la realidad. Esto requiere elegir comportarse con prudencia, que es una de las cuatro virtudes fundamentales de las que hablaron los pensadores griegos. En la vida personal cotidiana o en la vida social, vivir prudentemente consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo en una determinada situación, pidiendo consejo, analizando la realidad, pensando y luego decidiendo con libertad. La prudencia es la habilidad que guía a la conciencia ética.
La prudencia consiste en tres pasos sucesivos: la deliberación; el juicio, dictamen o discernimiento acerca de la situación (tomar conciencia de la situación); y el imperio o decisión de actuar. Para ser prudente se requiere tener en cuenta quién es uno y por qué desea una cosa u otra. Quienes son egoístas y miran solamente sus intereses sin atender a los demás son imprudentes. Ser abiertos (flexibles) permite escuchar consejos. Quien sopesa la realidad puede vencer las tentaciones de injusticia, deslealtad, cobardía o intemperancia con amigos, familiares, compañeros de equipo o miembros de una comunidad.
La prudencia es el fundamento de la perseverancia de los propósitos. “Se puede ser imprudente por falta de decisión e inseguridad. Se puede ser culpable si es resultado de un centrarse en sí mismo sin mirar a Dios ni a los demás, pues una mirada global alrededor es lo que enriquece la esperanza y la experiencia, y permite darnos el mínimo de certeza —no puede existir una certeza total sobre el futuro— para decidirnos a actuar. También se puede fallar en la decisión por simple omisión, negligencia, pereza o cobardía; y, en general, por falta de madurez en el autodominio, que con frecuencia está unido a la lujuria y a una visión materialista de la vida. Esto puede llevar a la astucia: actuar o no por mera táctica o intriga, actitud opuesta a la verdad, al amor, a la rectitud de corazón y a la magnanimidad. Quien es imprudente se vuelve mezquino. Es proclive a la pusilanimidad. En el fondo de todo esto suele estar la avaricia, el aferrarse al instinto de conservación absteniéndose de actuar por miedo al riesgo”. (1)
(1) https://www.unav.edu/opinion/-/contents/11/11/2015/prudencia-y-discernimiento/content/CnBM7sduyZOb/7833975
Columna de Opinión, La prensa Gráfica, 28 de diciembre de 2025

