Cuando Navidad abre nuestras llagas

Pronto viene Navidad y para algunas personas es un tiempo de nostalgia por la pérdida de un ser amado: la muerte de los papás, abuelos, hermanos; o porque la familia está separada o a causa de un amor perdido… Recuerdo que cuando conocí a mi esposo en la universidad y empezamos a salir, me comentó que la Navidad le traía tristeza porque extrañaba a su familia unida para celebrar juntos… (y se resultó que se casó con alguien que amaba la alegría navideña).


Pienso que, a medida que vamos redescubriendo el sentido de esperanza de estas fechas, se pueden ir recuperando los maravillosos recuerdos familiares junto a los papás y sus hermanos, a los que tanto se ha querido y que se han perdido. Es momento de recuperar el verdadero espíritu de gozo con los amigos, familiares, compañeros de trabajo y con quienes fueron importantes en su corazón, disfrutando otra vez y cuidando las tradiciones de los abuelos en las comidas, las sobremesas o las conversaciones.


Navidad significa ajustar sus vacaciones al cuidado de los mayores de la casa o de sus miembros enfermos. Otras familias tienen que apoyar a los hijos de familiares que han emigrado o están solos. Otras experimentan penurias económicas y poca posibilidad de gastar en viajes. Otras tienen muy reciente el duelo por la pérdida. Otras tienen la dura prueba de un familiar cumpliendo condena. Todas estas circunstancias difíciles adquieren nueva luz si se ponen bajo el resplandor de la solidaridad. Son oportunidades para crecer personalmente, para salir de la egolatría y disfrutar también de la compañía de quien tiene una llaga abierta y sufre.


Hemos de estar alerta del peligro de tropezar en una atmósfera inflada por un entorno comercial que incita a movilizar las pasiones desordenadas, para experimentar la tiranía del consumo excesivo de “cosas, regalos y fiestas navideñas”, porque nos pueden robar el equilibrio y la paz. Son múltiples los mensajes que invitan a pensar sólo en uno mismo, en cómo pasarla en un sofá o en una hamaca como única forma de “descansar en las vacaciones de fin de año”. Vivir cristianamente la Navidad significa huir de los excesos: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. La recomendación también es evitar abusar de las bebidas alcohólicas (además, podemos acabar encerrados…).


La Navidad es buen momento para pensar en el perdón. En un mundo que corre polarizado y violento, con mayor razón es necesario perdonar, puesto que es una “decisión inteligente”. Jaime Nubiola, filósofo español, escribe que “el perdón no es sentimentalismo edulcorado; es una condición indispensable para poder vivir una vida plenamente humana… No es difícil ver a nuestro alrededor personas que hacen del rencor el doloroso centro de su vida y, a veces, incluso el principal motor de su existencia. Cuántos hermanos que no se hablan, vecinos que no se tratan, matrimonios que se separan entre violentas recriminaciones. ¿Cómo saldremos de tanta violencia, de rencores acumulados entre hermanos?… Lo que hace falta no es dejar pasar el tiempo, sino aplicar la inteligencia para limpiar bien la herida, para distinguir entre la agresión y el agresor, entre la ofensa y la persona que la ha causado, para descubrir el camino del perdón. En muchos entornos la reacción casi instintiva ante la agresión, real o quizá sólo posible, es precaverse construyendo muros que protejan, delimitando muy bien las responsabilidades, funciones y competencias de unos y de otros, y arbitrando unos sistemas públicos de control. Todos tenemos experiencia de que esta actitud es a la postre del todo insuficiente para una convivencia humana de calidad, sea en una empresa, en una comunidad de vecinos o en la sociedad en general. Indudablemente, hay que ser prudentes y tomar medidas para que no pueda repetirse la agresión, pero perdonar significa tomar la decisión inteligente de derribar las vallas para construir puentes que permitan a los demás acercarse”.


En los próximos días, en la cristiandad rememoramos la verdad más profunda del ser humano: que somos amados por Dios de tal forma que quiso aparecer como un Niño Dios para llenarnos de regalos de ternura, paz y perdón, enseñándonos que el Verdadero Amor significa ponerse a la altura de los más vulnerables. Que quiso nacer en un pesebre sencillo para que no tuviéramos reparo en acercarnos a Él y ser sanados de las llagas interiores que no sanan solas. Su nacimiento partió la historia humana en dos, mostrando que “Dios sólo sabe contar hasta uno”, porque ama a cada uno, porque nos hizo a cada uno original, irrepetible, valiosamente infinito y un regalo para el mundo, creado para ser una bendición para alguien… Por eso, en esta época nos invita a mirar con ojos nuevos la dignidad que tenemos como hijas e hijos de Dios, hermanos de Jesús. ¿Vamos a perdonarnos los unos a los otros en esta Navidad?

Columna de Opinión, La prensa Gráfica, 30 de noviembre de 2025

Deja un comentario