Una empresa es una organización formada por un conjunto de personas que se coordinan para lograr resultados explícitos. Se acepta generalmente que es legítimo que las empresas tengan dos objetivos: uno específico, que es generar riqueza y repartirla lo más equitativamente posible; y otro genérico, que radica en conseguir que sus colaboradores y quienes la integran puedan desarrollar ampliamente sus capacidades, no solo personales y profesionales. En la actualidad se considera que el sector productivo está llamado también a facilitar, en la medida de lo posible, los roles que sus integrantes desempeñan: en la familia; como ciudadanos; como cuidadores del medio ambiente; en su formación y disfrute cultural; en su descanso; y en la atención a su salud integral y bienestar general. Solamente de esta manera la empresa podrá alcanzar un crecimiento inclusivo.
Efectivamente, en las organizaciones de negocios se dan dos tipos de objetivos: los económicos, centrados en la creación de riqueza, y los relacionados con lo social, que incluyen cuidar a las personas que forman parte de la empresa para asegurar su existencia en el largo plazo. La responsabilidad de la empresa implica la capacidad de responder a un nuevo paradigma antropológico que ponga en el centro de la dirección a la persona humana y su familia, para que además de generar riqueza (lo económico) pueda generar confianza y compromiso tanto al interior como en el entorno exterior en que realiza sus actividades.
Con este enfoque se acentúa el impacto que tiene el sector productivo como una importante institución humana en las áreas económicas y sociales, en todos los sectores que conforman un país y la comunidad global. Por eso, la empresa debe ser capaz de responder con flexibilidad, buen criterio y una dirección prudente a las necesidades personales y familiares de quienes en ella laboran.
Entre los economistas que han aportado a esta visión se encuentran Porter y Kramer (1), quienes hacen referencia a la compatibilidad entre la ganancia de utilidades y el desarrollo social como parte de la estrategia de la organización, la cual incluiría a los “stakeholders” (colaboradores, clientes, sociedad y accionistas) al momento de adoptarla. Según ellos, la estrategia ideal es la que descubre las necesidades del entorno para convertirlas en objetivos del negocio. Así lo expone Michael Porter en una entrevista al referirse al término VALOR COMPARTIDO (2) y a cómo las empresas saludables están intrínsecamente vinculadas a las comunidades saludables.
Desde la experiencia de organizaciones no gubernamentales empresariales expertas en Responsabilidad Social Empresarial (RSE) (3), esta se define como “el compromiso de las organizaciones de contribuir al desarrollo sostenible y, a la vez, fortalecer su competitividad, teniendo en cuenta el bienestar de la sociedad y el medio ambiente que les rodea. Se basa en la ética, la transparencia y la generación de valor compartido entre los diferentes grupos de interés…”. Ciertamente, en El Salvador la sostenibilidad y la responsabilidad social tienen ahora un protagonismo en la estrategia de desarrollo del país y constituyen un factor clave en la competitividad empresarial al adoptar prácticas responsables para generar un impacto positivo en lo económico, social y ambiental (4). Recientemente la RSE se ha transformado y prolongado en las siglas ESG (Ambiental, Social y de Gobernanza). Aunque comparten un objetivo similar, ESG se enfoca en criterios específicos que son más medibles, comparables y relevantes para inversores, mientras que la RSE era un término más amplio. ESG se considera la evolución natural y más actual de la RSE (5).
Después del encierro por la crisis global sanitaria del Covid-19, experimentamos en primera persona el impacto deshumanizante e incompleto que el liderazgo empresarial estaba dejando en la sociedad, a pesar de los continuos llamados de alerta sobre las secuelas que la cultura empresarial estaba generando en la fuerza laboral global. Efectivamente, la falta de una adecuada preocupación por el desarrollo integral de los colaboradores —hasta antes del año 2020— se reflejaba en la ausencia de políticas, ambientes y liderazgo en la estrategia empresarial. La necesidad de construir una verdadera “cultura del cuidado” en las empresas, especialmente para atraer y retener a las nuevas generaciones, se recoge en los datos aportados en 2004 por más de 50 especialistas científicos (6), quienes definieron que la causa más profunda de fenómenos globales como el aumento de la delincuencia y violencia juvenil, adicciones, suicidios y deserción escolar es la percepción de falta de amor incondicional o “desamor”, derivada del deterioro de la familia, primera célula de la sociedad.
Ya lo decía hace tiempo el economista Paul Simmons: “La familia constituye el último recurso y a la vez el primero para alcanzar la salud social”.
(2) Entrevista a Michael Porter. Cómo las empresas saludables están intrínsecamente vinculadas a las comunidades saludables. Karen Christensen, Editora de Rotman, Management Magazine. La creación de valor compartido.
(3, 4) Concepto acuñado por la FUNDACIÓN FUNDEMAS, la pionera y líder en RSE en El Salvador.
(5) Sitio web del PACTO GLOBAL, Naciones Unidas. “De la Responsabilidad social corporativa (RSC) a la sostenibilidad empresarial”
(6) Evento organizado por Fundación EMPREPAS. Entrevista en El Salvador a Cristian Conen.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 16 de noviembre de 2025

