Aristóteles fue el primero que señaló que tenemos la inclinación a asociarnos con los seres que habitan el universo y que, siendo un animal gregario, el ser humano es el único que posee palabra (1). Por lo tanto, puede afirmarse que el ser humano es un ser social —hombre y mujer—.
La persona humana, al tener palabra (lógos), cuenta con un canal por donde la transmite: la voz (phoné). La palabra tiene el cometido de manifestar estados no solo subjetivos, sino también de emitir juicios. Permite diferenciar entre lo justo y lo injusto. La posibilidad de comunicar estos juicios es lo que constituye la polis (la ciudad). Este logro es posible porque el ser humano tiene inclinación a pertenecer al mundo y a sus leyes, además de poseer estados subjetivos. Con su razón y sentido objetivo puede percibir las cosas valiosas que constituyen la sociedad. Con la voz emite sonidos que manifiestan estados subjetivos vinculados a los sentimientos —estar a gusto, sentir dolor, alegría, etc.—, compartiéndolos con los demás.
Tomás de Aquino señalaba que “hay una inclinación (sensibilidad espiritual) del ser viviente hacia el bien de la vida social y hacia el bien específicamente humano de la naturaleza racional” (2). Efectivamente, “la experiencia del encuentro interpersonal nos revela tanto la dimensión esencialmente social de la persona, que se realiza en relaciones de encuentro cada vez más profundas y significativas, como el conjunto de valores y principios que regulan una sana convivencia, en la que el ser humano puede descubrir y realizar su vocación”. (3)
El ser humano tiene dos bienes: la inclinación al bien de la racionalidad y al bien de la sociedad. Por lo tanto, a partir del bien de la inclinación social descubre la importancia de la verdad (a nadie le gusta que lo engañen o vivir en la “posverdad”, como se ha dicho en los últimos años).
Pero si no hay verdad, aparece la violencia, que puede tener varios rostros: narrativas interesadas, falta de amistad social, envidia que lleva a creer que el mal ajeno es mi bien o que el bien del otro es mi mal, y la polarización. Por eso, la razón se manifiesta en la búsqueda de la verdad, que se convierte en uno de los pilares de la sociedad.
El primer encuentro con una persona debería ir más allá de la apariencia física para poder conectar o comunicarse con honestidad. Pero esto, lamentablemente, no siempre sucede. Aquí es donde la marca personal, como lenguaje no verbal, debe ser un intento de transparentar verdaderamente la luz interior —esa que remite a la persona y a su intimidad detrás de la esencia y naturaleza humanas—.
Lo ideal sería que, cuando las personas se encuentran por primera vez, comprendan que la presencia o imagen personal que perciben de alguien es una idea inicial de lo que ella o él es en verdad. Esta primera impresión puede ir confirmándose con el trato y la amistad frecuentes, generando confianza. De lo contrario, si no se refleja la verdad en el primer encuentro, las reuniones posteriores derivarán en decepción, porque lo que se descubra de alguien no coincidirá con lo que pretendió falsamente comunicar con su imagen inicial.
1.Aristóteles. Política, Libro I, cap. 2, 1253a.
2. Tomás de Aquino. Summa Theologica, I–II, cuestión 24.
3. Abellán-García Barrio, Ál. Anatomía del diálogo. Cuadernos Empresa y Humanismo, n.º 134. Fundamentos filosóficos para una empresa dialógica.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 19 de octubre de 2025

