Me sorprende mucho la capacidad del bambú para recomponerse después de que la lluvia lo dobla casi hasta el suelo. Ciertamente, la belleza de la resiliencia de esta planta es legendaria y contada como una historia ejemplar a lo largo de todas las culturas. Se podría incluso coincidir en que, después de las circunstancias duras sufridas, las ramas verdes parecen crecer mejor. Así creo que también les ocurre a las personas que pasan por momentos de duras pruebas.
Observar la naturaleza, específicamente la belleza de las flores, me provoca un profundo sentimiento de agradecimiento por la vida, en especial por la presencia de los seres queridos que ya no se encuentran al lado, pues son un regalo que muchas veces damos por descontado, cuando en realidad cada día es un milagro que hay que vivir con plenitud, apasionada alegría y confianza en el futuro. Al igual que las veraneras, podemos elegir la actitud que vamos a asumir frente a las situaciones espinosas o dolorosas que no están en nuestras manos cambiar; que nos han sido impuestas por agentes externos; o que han sido permitidas por la Divina Providencia.
Uno de los más respetados artistas de origen nipón-americano, Moto Fujimura, contó hace unos años una experiencia transformadora: “Al poco tiempo de casarse, su mujer compró unas flores para decorar el pequeño apartamento en que vivían. Acababan de terminar la carrera y llegaban con dificultad a fin de mes. Cuando él protestó por el gasto, ella le recordó: ‘También necesitamos alimentar nuestras almas’”. Al preguntarle sobre el papel de la belleza, el también escritor respondió: “El papel de la belleza en nuestra vida cotidiana es un misterio, pero un misterio necesario. Toda mi vida es un viaje a ese misterio de la belleza”. (Enlace)
Aplicando estas ideas al campo profesional en que me desempeño, pensé que también hay belleza en los gestos, maneras y elegancia de una persona con integridad. Efectivamente, pienso que hay belleza en los buenos modales de quien se esfuerza por comportarse con amabilidad y respeto, sin hacer distinción de personas, mostrando que valora la dignidad de cada ser humano. Recuerdo que una amiga me comentó hace tiempo que su nuera, siendo novia de su actual esposo, le dijo a su suegra que una de las cosas que le encantó de la familia política ocurrió cuando llegó por primera vez a comer a la casa y observó la cuidada belleza de la decoración y la puesta de la mesa donde celebrarían una comida para recibirla con cariño. Me pareció interesante la historia porque nos recuerda que en el correteo diario se puede caer en la tentación de no poner atención a los pequeños detalles de etiqueta social y de la mesa, siendo que esos momentos compartiendo alimentos permiten desarrollar y mejorar la inteligencia emocional.
Por otro lado, también la belleza se puede encontrar en lugares inusitados, como, por ejemplo, en las habitaciones de los enfermos, niños o ancianos, porque nos muestra cuán vulnerable y necesitado de amor es el ser humano. Cuando uno cae enfermo, cambia la experiencia personal. Se toma conciencia de la finitud propia, no como un déficit de potencia, sino como realización de lo que eres como hombre. Y esta es la condición para una auténtica búsqueda del infinito: tienes la experiencia de descubrir tu gran humanidad, porque pierdes algo en el cuerpo, pero descubres que tienes energías morales que no creías tener. De algún modo hay una pérdida de poder, pero hay un descubrimiento de ti mismo y de otras potencialidades. Y, más importante que todas las experiencias, se da el acontecimiento de un encuentro de amor con otras personas. (Enlace)
Nunca olvidemos las palabras del artista japonés Fujimura: “El conflicto y el poder existen, pero no son las categorías que mejor definen a los cristianos. Escribo desde los márgenes… esperando hablar al corazón de todos aquellos que desean buscar la verdad y llenar de nuevo el mundo de belleza” (Enlace). De hecho, me inspiran a querer mostrar y buscar la belleza dentro de mi corazón y en el de los demás, conectando con pequeños gestos de amabilidad, en especial con quienes se interactúa diariamente, mediante pequeños actos de servicio, tales como ofrecer ayuda con una carga pesada; hacerle una compra a un vecino enfermo; levantarle el ánimo a quienes conviven conmigo; o hacer un cumplido sincero. Según un estudio reciente, actuar amablemente activa una parte del cerebro que ayuda a sentir placer y se puede influir en el ambiente para crear una atmósfera de generosidad y servicio. (Enlace)
Columna de Opinión, La prensa Gráfica, 21 de septiembre de 2025

