Era una mañana de diciembre del año 2020 y me encontraba frente a la ventana del dormitorio que compartía con mi esposo, admirando la belleza de una gigantesca parra de buganvilias moradas, rosadas y blancas que colgaba en la pared del jardín… Por un instante que duró milésimas de segundos, mi pensamiento se fijó alrededor de la idea de si sería posible seguir adelante tras haber perdido al amor de la vida y teniendo el corazón destrozado en miles de pedazos… ¿Cómo seguir adelante en medio de un dolor inenarrable? ¿Se puede ser capaz de volver a amar el mundo apasionadamente? Como un relámpago, en ese instante me llegó desde la sabiduría personal más íntima el significado profundo de una frase del literato ruso Fiódor Dostoievski: “La belleza salva”. Entonces pude descifrar que, si era posible que estuviera disfrutando del bello espectáculo y esplendor de esos colores en las formas diversamente ricas de la naturaleza frente a mis ojos, entonces solo por tener la posibilidad de disfrutar esa imagen ya valía la pena seguir viviendo… Efectivamente, viendo para atrás, creo que Dios se valió de la hermosura de las veraneras frente al balcón de mi alcoba para hacerme ver Su Belleza y la de la Vida.
Las palabras del escritor proveniente de Rusia (de su libro El idiota) sirvieron como canal para salirme del ensimismamiento por el dolor inmenso, profundo, demoledor y asfixiante que sentía en esa mañana después del entierro de mi esposo Jorge, tras un matrimonio de 35 años en el cual habíamos podido ser novios, mejores amigos, amantes y cómplices buscadores del sentido de nuestras vidas, trabajos y proyectos personales juntos, siendo el aire de las alas uno del otro, animándonos a crecer y desarrollar nuestra mejor versión.
Quisiera compartir dos claves de resiliencia con quienes han pasado el dolor de haber perdido un amor grande en sus vidas, con el deseo humilde de que puedan ser de utilidad para encontrar nuevas razones para seguir adelante… tratando de vivir bien, en paz, felices y largamente en honor de esa persona que se considera un regalo el haber compartido su preciosa existencia, ya sea por un largo o corto tiempo en esta vida. Estas dos recomendaciones han sido recopiladas inspirándome en aquellas amistades y miembros de la familia que me acompañaron durante los 11 meses y medio que padeció Jorge con el cáncer de cerebro, para hacer del diagnóstico terminal una oportunidad para ser felices hasta que Dios lo llamara a su presencia.
1) Cada día tiene su afán. Aprender a serenar el corazón requiere que apreciemos y practiquemos una actitud frente a la vida de disfrutar el momento… sin remordimientos por el pasado, para no caer en depresión, ni preocupación por el futuro, para no caer en la ansiedad por la incertidumbre (ya que no tenemos una bola de cristal para saberlo). Esta actitud de valorar el presente ayuda a encontrar el sentido a los sucesos dolorosos para seguir adelante, capacitándose para divisar recursos que nos den el apoyo para salir a flote.
Cuando nos encontramos con situaciones que parecen insuperables, viene bien ayudarse de los expertos en resiliencia y superación de pérdidas grandes de algo o alguien que amamos profundamente, como testimonia el Dr. Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, sobre cómo superar un gran sufrimiento a través de encontrarle sentido con nuestra propia libertad para elegir la garra con que lo enfrentaremos, ya que el ser humano “es el que siempre decide lo que es. Es ese ser que ha inventado las cámaras de gas (para matar), pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.
Lo que lo mantuvo en pie en el denigrante cautiverio junto a crueles soldados durante la Segunda Guerra Mundial fue el objetivo de ayudar a tener motivos para vivir y salvar a sus colegas de la desesperación. “No resistieron los más sanos… Salieron adelante los que descubrieron una meta, una intencionalidad en su vida. Solo superaron la ignominia que los abocaba a la muerte o al suicidio los que encontraron la razón por la que seguir viviendo…” (Enlace)
2) Tener un corazón agradecido y actuar en consecuencia. Hacer el ejercicio de dar las gracias por una cosa cada día. En mi caso, por mi vida, la fe cristiana, la vocación de tratar de mejorar el mundo con mi trabajo; por el amor de Jorge durante 35 años; por el sufrimiento que me llegó tras su muerte, ya que me permite vivir cada día como un regalo; por tener una familia y amigos(as); por tener a mi madre; por la paciencia de mis hermanos(as) y sobrinos(as); por las 65 Fiestas de Fin de Año celebradas hasta ahora; por los atardeceres en el mar; por las oportunidades de estudiar y por el Corazón de la Virgen María; por las flores del jardín, la risa de los niños; por mi trabajo de asesora de imagen; por los proyectos de ayuda social en que estoy involucrada; por mi salud; por ser salvadoreña y haber nacido entre hermosas montañas; porque tengo a Dios en el Sagrario y en la Confesión; por la amistad de mis empleados y colegas; por la música k-pop de BTS; por haber conocido a mujeres líderes provenientes de diferentes sectores socioeconómicos y políticos, a quienes admiro y de quienes he aprendido muchísimo; agradezco a mis mentores, hombres y mujeres, sin cuya ayuda no hubiese logrado llevar a cabo mis sueños… ¡Agradezco por las bendiciones que conozco y por las que desconozco o vienen escondidas en forma de dolor!
Columna de Opinión, La prensa Gráfica, 24 de agosto de 2025

