Para ayudar a pensar las respuestas a la pregunta del título de esta columna de opinión, me permito compartir un texto interesante: “Se discute hoy mucho sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos…Dejemos un mundo con familias, es la mejor herencia, dejemos un mundo con familias. Es cierto, no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos ni hijos perfectos, y, sí no se enojan, yo diría suegras perfectas. Pero eso no impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al amor y el amor siempre se compromete con las personas que ama…Por eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad…A pesar de tantas dificultades como las que aquejan hoy a nuestras familias en el mundo, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger y acompañar. Es una manera de decir que son una bendición. Cuando tú empiezas a vivir la familia como un problema, te estancas, no caminas, porque estás muy centrado en ti mismo…” (Palabras del Santo Padre dichas en Cuba hace unos años).
Cuando los matrimonios y las familias son felices, lo más probable es porque ejercitan diariamente actos de perdón unos a otros, consecuentemente logrando construir y mantener con estos un hogar luminoso y alegre. Por lo tanto, un buen propósito de inicio de año sería cuidar mejor a la familia a través del ejercicio del perdón ya que dejaría una herencia cultural hogareña de donde puedan inspirarse los hijos e hijas en el futuro para ellos tengan ejemplos concretos de acciones y actitudes que manifiesten perdón.
Pero ¿qué es perdonar? De acuerdo con la filósofa Jutta Burggraf, el acto del perdón implica que debo estar consciente de lo que hago cuando le digo a una persona “te perdono”. Y eso significa que yo “reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Vamos a considerar estos diversos elementos con más detenimiento…”
Por lo tanto, dice la Dra. Burggraf, “en primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza….Por otro lado, perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso. Parece que todo les diera lo mismo. No importa si los otros no les dicen la verdad; cuando los usan como objetos para conseguir unos fines egoístas; o cuando les defraudan o les son infieles. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdonar”.
Columna de opinión, La Prensa Gráfica, 5 de enero de 2025

