Para ganar metiendo más goles se requiere confiar…

El gane logrado tras meter 4 goles al Real Madrid por los jugadores azulgrana del Barça necesitó de antemano una gran dosis de confianza entre los miembros del equipo y sobre todo de parte del mediocampista al pasarle la pelota al delantero del FC Barcelona. Efectivamente, la confianza mutua es primordial en los equipos de alto rendimiento, ya que significa que cada uno espera por adelantado que su compañero va a dar y hacer su mejor esfuerzo.
Las noticias del buen resultado entre profesionales deportivos de primer nivel trae a la reflexión la necesidad de hacer crecer el valor humano de la confiabilidad para generar sentido de pertenencia y compromiso. Es crucial reconstruir o esforzarse por desarrollar una actitud e imagen que proyecte confianza porque la manera más humana y veloz de alcanzar las metas propuestas es cuando este valor o hábito bueno se encuentra en las relaciones interpersonales, entonces se puede asegurar el éxito de los resultados con mayor efectividad.
Según la RAE[1], la palabra confiar es similar a creer, esperar, fiarse, entregarse, abandonarse, ilusionarse. Además tiene varios significados: 1. Encargar o poner al cuidado de alguien algún negocio u otra cosa (encomendar, dar). 2. Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa. 3. Dar esperanza a alguien de que conseguirá lo que desea. 4. Esperar con firmeza y seguridad. Lo contrario de confiar es dudar, desconfiar.
Por supuesto, confiar en todos y en todo es insensato, pero no confiar en nadie ni en nada es una tragedia y un error no solo para los integrantes de un equipo sino para toda forma de organización humana, sea esta una familia, una empresa, una fundación, una escuela, una universidad y un grupo comunitario y de la vecindad así como entre las diferentes instancias del estado o entre los países del mundo. “Aunque nuestra vida en sociedad parece a veces una corriente frenética que tiende a volvernos individualistas, sabemos que solo somos del todo nosotros mismos en la relación, en la interdependencia: solo nos encontramos cuando estamos dispuestos a salir de nosotros mismos. Quienes descubren a fondo esta realidad dejan de ver en sus propios límites obstáculos que les impiden ser felices. Las relaciones se les revelan entonces como puentes que amplían su mundo. Pero no todos hacen este descubrimiento, o no en la misma medida, y por eso en igualdad de condiciones de posición social, de educación, de carácter, distintas personas pueden vivir de modos radicalmente diversos, en función de la calidad de sus relaciones: algunos, perdidos en una multitud solitaria; otros, siempre acompañados y siempre acompañantes…”.[2]
Nadie es un verso suelto: “formamos todos parte de un mismo poema divino[3]. Los relatos individuales que tejen la historia de los hombres están entrelazados entre sí por relaciones de filiación, de fraternidad, de amistad. Nuestro corazón da sus primeros latidos gracias a la vida de otros, y será luego continuamente animado, consolado, fortalecido (también herido) por quienes compartan con nosotros el camino de la vida. El hecho de que dependamos de ellos, y ellos de nosotros, no es un efecto colateral del pecado original, al que deberíamos resignarnos, sino algo constitutivo de nuestro ser a imagen de Dios”.

[1] dle.rae.es
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1937. Muy humanos, muy divinos (XVII): La delicada fuerza de la confianza – Opus Dei
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 111. Muy humanos, muy divinos (XVII): La delicada fuerza de la confianza – Opus Dei

Columna de Oinión, La Prensa Grafica, 3 de noviembre de 2024

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