Las manos siempre “hablan” sobre sus dueños

Cuenta la leyenda que un niño se encontró una noche escuchando leer un cuento por su madre antes de dormir, cuando observando el rostro de ella le comentó: -“Eres la mujer más bella del mundo, pero tus manos no lo son…”. Una temporada después de esas palabras, el padre del chico de 8 años le contó la historia detrás de esas manos deformadas: hace tiempo, el hijo pequeño de una linda familia dormía plácidamente cuando, sin previo aviso, la vela que alumbraba la mesa al lado de la cama se cayó en las sábanas y prendieron en llamas. Los encargados de cuidar al pequeñín salieron corriendo para no quemarse, pero la valiente progenitora entró al dormitorio y, enfrentando el fuego a manotazos, pudo salvar a su amado infante del fuego. Debido a este suceso, las manos le quedaron marcadas por cicatrices oscuras y deformadas tras recuperarse de la acción salvadora. Al escuchar conmovido el relato de su progenitor, se dirigió corriendo con lágrimas en los ojos ante su madre y le dijo entre sollozos: “Eres la mujer más especial y la madre con las manos más bellas del mundo”.[1]

La leyenda nos revela, entre muchas otras cosas, que las manos comunican (hablan) verdades de sus dueños más allá que las funciones específicas que tienen estos órganos en las actividades diarias. En cambio, en los animales (las pezuñas, patas, normalmente 4 miembros), su uso está definido en cada especie por instinto y no se usan para nada creativo o innovador. Es distinto con los humanos, ya que su cuerpo, de la que las manos son parte, es el gesto propio y original de su ser que mejor le revela, mostrando quién es la persona que lo posee y le permite ser quien es. Fue Aristóteles quien propuso la superioridad en la definición del ser humano: un individuo de naturaleza racional. Pero fue el filósofo Leonardo Polo, quien enriqueció el planteamiento aristotélico, ampliando la definición de qué es un animal racional con la antropología trascendental al decir que el hombre (mujer) es “un espíritu en el tiempo”. [2]
Tanto la filosofía clásica (grecorromana) como la antropología trascendental coinciden en que el ser humano tiene el mayor nivel de dignidad en el universo, por lo que, al realizar cualquier acción externa y debido a la alta dignidad, siempre tendrá una repercusión sobre sí mismo. Es decir que, al realizar cualquier actividad física o espiritual (pensar, imaginar, innovar, crear, etc.), el resultado será que, o se mejora o se empeora por dentro. Esto tiene como conclusión que cuando elija un trabajo para ganarse la vida, sostener a su familia o se cambie de ocupación, tendría que ser aquella labor la que le permita crecer en la parte humana material, así como intrínsecamente, refiriéndonos a la inteligencia y a la voluntad, formando buenos hábitos y virtudes.
Por otra parte, Polo nos descubre que, para el ser humano, trabajar es añadir al mundo más perfección de la que él ofrece, al tiempo que se perfecciona como hombre (y mujer). Para el filósofo, la persona humana “añade porque sobreabunda”. Recordemos que el trabajo es una manifestación esencial (y habitual en todo hombre), que le encamina a conocerse que hay en sí mismo una peculiar nota distintiva de su núcleo personal, de su ser, que es donante, oferente… Es el perfeccionamiento intrínseco de las facultades superiores del alma: entendimiento y voluntad, es “la labor” más importante de cada ser humano y la única riqueza que se llevará después de la muerte, porque ese tesoro no desaparece al ser enterrado, porque es posesión del espíritu y este no muere[3].
Nunca como antes la refrescante definición del trabajo que aporta Leonardo Polo ha sido más adecuada para iluminar mejor la reflexión global actual sobre el impacto que está teniendo en las empresas la implementación de la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías: “Se entiende por trabajo la acción humana a través de la cual el hombre se perfecciona como hombre a la par que se perfecciona la realidad física”. Según esta descripción, trabajar le permite a los seres humanos perfeccionarse en humanidad, por lo que las transformaciones en los ambientes laborales contarán con una visión optimista, la cual ya no se relaciona con la idea errónea, a veces generalizada, de que trabajar es un castigo, una fatiga negativa o una actividad rutinaria, inevitable para sobrevivir, que no se puede obviar.

[1] Historia de unas manos

[2] Leonardo Polo, ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el tiempo, Madrid, Rialp, 2001.


[3] Libro Antropología para inconformes, Capítulo XII, de Juan Fernando Sellés, Madrid, Rialp, 2006, pp. 454-490

Columna de Oinion, La Prensa Gráfica, 17 de noviembre de 2024

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