El poder de un líder con autovaloración equilibrada

“¿Cómo puedo influir en los demás para alcanzar metas y abordar posibles clientes e inversores?” Esta es una de las consultas más frecuentes en los talleres de marca personal y corporativa con los equipos talentosos de las empresas, sea entre emprendedores o los dirigentes de las organizaciones.

Antes de abordar posibles acciones para reinventar la propia imagen logrando una autovaloración equilibrada parece conveniente explorar o redescubrir la riqueza que somos. Es decir que no solo se trata de caer en la cuenta de la “historia interna que me platico” para luego lograr cambiarla si es una conversación interior tóxica, sino que lo ideal es plantearse un diálogo interno que nos encamine a conocer el propio corazón o intimidad. Dialogar para adentro (en lo profundo de cada uno) permite correr el velo para entrever el tesoro original y entrañable dentro de nosotros, de tal manera que se pueda conocer si estamos valorándonos real y equilibradamente o pobremente. Seremos capaces de distinguir cuál es el radical o concepto que nos está rigiendo la manera de pensar, sentir y actuar.

Hace unos días he oído un planteamiento que podría ayudarnos a entender los fundamentos o anclajes antropológicos diversos que se tienen sobre sí mismos y que son planteamientos radicales que funcionan como creencias limitantes o como resortes que nos hacen crecer hacia nuestra mejor versión. Estos radicales antropológicos que cada uno nos manejamos definitivamente orientan nuestro vivir y se reflejan en el lenguaje no verbal trascendente de la marca personal en cada palabra, gesto, omisión y acción personal, virtual o presencial, en el trabajo y fuera de este.

Hay tres propuestas antropológicas o radicales para describir quién es el ser humano. Están la propuesta griega, la propuesta moderna y la propuesta personal. En la primera, los clásicos pensadores griegos “proponen que el hombre (varón y mujer) es perfectible con la acción. Es una antropología optimista en que cada ser humano puede ejercer actos virtuosos. Es un principio creciente, dinámico, no fijo. Cada ser humano es un perfeccionador perfectible y lo es antes de actuar”. La segunda propuesta es la antropología personal en la cual se propone que cada varón o mujer “es un ser personal capaz de destinarse”. Eleva y completa la definición de ser humano al explicarlo como persona que ama, que es efusiva, aporta de sí, es libre. La describe un coexistente, capaz de vincularse con Dios y con los demás humanos. Es la antropología más radical y completa. Y la tercera propuesta antropológica es la moderna, que está centrada exclusivamente en los resultados, y por esto, es materialista. Segura: “somos nuestros resultados y sin ellos no logramos éxito”. Dentro de esta propuesta cualquier planteo ético sólo será utilitarista, sin lugar por supuesto a la solidaridad, ni a la colaboración, etcétera, y materialista. Es el que rige actualmente y presenta a cada uno como un ser vacío que se valora con el resultado. Es la antropología de menor altura ya que presenta a todo ser humano como incapaz de virtud al definirlo como quien solo se mueve por interés.


Las tres concepciones anteriores no se excluyen entre sí, pero hay que ordenarlas en cuál nos ayuda a descubrirnos más humanos. Sin duda los resultados son buenos, pero no son todo (radical moderno). El saber intelectual y el tener cualidades es relevante hacia la calidad de cada ser humano, pero si nos detenemos aquí nos quedamos en un humanismo sin trascendencia (radical griego). De aquí que la antropología o radical personal (de origen cristiano) bosqueja la maravilla de un ser que libremente realiza su tarea por amor, con amor, y en esa tarea mejora el mundo, él mismo se mejora y en sus interrelaciones mejora a los demás y de ellos también recibe ayuda. Por eso es posible entender nuestro trabajo o quehacer en tarea esperanzada, siempre a más, que ha de ser reflejada en la unidad entre marca personal, profesional y corporativa.

El lenguaje no verbal ha de reflejar y apoyar la capacidad de mandar o dirigir bien a los demás. Ya decía el pensador y escritor Leonardo Polo: “Un líder ha de tener una sana valoración de sí mismo (una autoestima equilibrada) para ser apto para dirigir o mandar bien una organización… ¿Cómo lograrlo? Con la iniciativa del ser personal, por la libre responsabilidad y el valor agregado en todo: crecer, perfeccionando sus facultades a través de otros, de tal manera que se llegue a lograr el objetivo y marcar la dirección hacia el futuro… capaz de interrelacionarse y lograr ser mejores, comunicarnos bien, entender al otro ser humano como un ser perfectible y no deteriorable… Un directivo no es líder por el solo hecho de ocupar un alto cargo jerárquico en una organización. Un líder auténtico es en la medida de saber dirigir a otras personas y contribuir a la unidad dentro y fuera de la organización” .

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 12 de mayo de 2024

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