Hay una canción ideal para escuchar en estas épocas entrañables navideñas en que nos reencontramos con familiares y amigos que tenemos tiempos de no ver, ocasión a veces que puede provocar dentro del corazón el escozor incómodo que se llama resentimiento… En la melodía de la cubana-americana Gloria Estefan se describe lo que está «Más allá» (el título de la canción), con una letra bellísima, en especial la parte que se refiere al perdón:
«Más allá
Del rencor
De las lágrimas y el dolor
Brilla la luz
Del amor
Dentro de cada corazón
Ilusión
Navidad
Pon tus sueños a volar
Siembra paz
Brinda amor
Que el mundo entero pide más…»
Entonces, ¿por qué debería perdonar y recibir el perdón? ¿Cómo no vengarse de quien injustamente me ha agredido, engañado y defraudado? Es una tarea difícil, pero me pareció interesante la frase que leí sobre que perdonar es un arte inteligente ya que es «tomar una decisión consciente de dejar de odiar, porque el odio no ayuda nunca. Como un cáncer, el odio se extiende a través del alma hasta destruirla por completo» (J. Christoph Arnold, en su libro «El arte perdido de perdonar»). La fuerza de estas palabras muestra la grandeza de un corazón capaz de perdonar, tal como lo afirmó en su tiempo la Madre Teresa de Calcuta: «el perdón no es un sentimiento, sino una decisión».
He comentado sobre este tema del perdón también en un podcast del programa «Las Desenredadas», que hemos creado tres amigas de diferentes generaciones (publicamos en todas las plataformas y en Spotify), donde abordamos «enredos del amor, trabajo y vida». En esa ocasión que lo hicimos nos pareció que practicar el arte de absolver sinceramente a quienes nos ofenden es vital para lograr bienestar integral, así que quisimos reflexionar algunas claves para trabajarlo. Una coincidencia entre las tres es razonar (distinguir) si realmente se ha recibido una ofensa real o de un mal para el conjunto de mi vida, aplicando la inteligencia para saber si existió (o no). «Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que le parece mal a un niño es nocivo para él. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza, por ejemplo, al negarle cuchillo que pide un infante que lo pide y llora, enojado, por no recibirlo…».
Así las cosas, podemos concluir que perdonar y aceptar hacerlo no es aceptar una injusticia, estar en negación o dejar pasar el tiempo. Es más bien aplicar la inteligencia para limpiar bien la herida que tenemos, para distinguir entre la agresión y el agresor, entre la ofensa y la persona que la ha causado, para descubrir el camino del perdón. Mientras se identifique al agresor con la ofensa, no es posible que cicatrice la herida ni es posible el perdón. El odio es un mecanismo en el que el agresor no es un blanco por lo que hace, sino por lo que es. Cuando se odia al otro por lo que es, no hay solución: hay que hacerlo desaparecer, pues «el resentimiento destroza el alma» (Jaime Nubiola, filósofo español).
Sugiero disfrutar la canción que dio origen a esta columna, «Más allá», de Gloria Estefan, acompañados de un buen café hecho con un grano recién molido y con unas galletas frescas de almendra horneadas con amor por parte de una amiga o un familiar… Les aseguro que será una experiencia equivalente a un bálsamo para el corazón.
Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 24 de diciembre de 2023

