Elección crucial: ¿amar o envidiar?

Tomás de Aquino relaciona la envidia como la raíz o madre del odio al prójimo.

Es usual en las vecindades u organizaciones humanas, incluyendo la familia y amigos, escuchar cuando una persona comienza a prosperar y disfrutar del fruto del esfuerzo de su trabajo bien hecho que la gente especula que quizás hay algo oscuro detrás de sus éxitos… Esta actitud se llama en todos los idiomas: envidia.

La palabra envidiar viene del verbo latino ‘videre’: “acción de mirar con malos ojos, proyectar sobre el otro el mal de ojo”. El envidioso se queda fascinado malignamente sobre lo que otras personas tienen, hacen o logran. Tomás de Aquino relaciona la envidia como la raíz o madre del odio al prójimo.

El profesor Juan Cruz Cruz recopila de la filosofía clásica las seis características de los envidiosos:

Primero, al envidioso le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás, sin alcanzar a ver las dificultades inherentes ni las privaciones y desventajas que han tenido que superar para conseguirlas exitosamente.

La segunda particularidad del envidioso es que se encuentra próximo de quien es motivo de envidia: cerca en espacio y en fortuna.

Yo no puedo envidiar a un Bill Gates porque no le tengo enfrente ni le frecuento, según esta teoría, pero sí a doña Perfecta Próspera, la vecina con una tienda surtida y exitosa de la comunidad, que se está enriqueciendo. Y si a doña Próspera se le metieran los ladrones, la persona que la envidia a ella se siente que anda mejor por la vida. “La gran desigualdad provoca admiración, mientras que la desigualdad mínima provoca envidia y ojeriza. El estudiante que viaja en bus odia solo un poquito al compañero que va montado en un modesto automóvil; pero el dueño de ese automóvil se muere de envidia cuando es adelantado por un vehículo deslumbrante y de afamada marca. A veces lo envidiado es igual o parecido a lo que el envidioso tiene; pero la imaginación inconsciente lo deforma y lo agranda”. (Juan Cruz Cruz).

Tercero: lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro, sus cosas, sino quién es su dueño. “Y por eso dirige contra el otro una parte de su carga agresiva, queriendo anularlo; no pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también. Su envidia es sádica; viene a decir: si yo no puedo tener eso, haré que no lo tengas tú”.

Cuarto: cuanto más favores, atenciones o regalos haga el provocador de la envidia con el envidioso, más fuerte será en este el deseo de eliminar a aquel, pues las atenciones le recordarán siempre que él está en un grado inferior o de carencia. Aunque se haga perfecta justicia igualitaria, siempre quedaría la desigualdad de inteligencia y de carácter, la cual sería motivo de envidia.

Quinto, “como la mayoría de las veces el fascinador no puede destruir al otro y, además, no puede soportar la idea de que le sobrevivan las personas afortunadas, dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no solo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo; es autodestructivo, autodevorador, siendo su lema: prefiero morirme antes que verte feliz”. En su malsana fascinación, el envidioso cae en el masoquismo, por eso llegamos a decir de alguien que se muere de envidia.

“Sexto elemento, el envidioso nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa de la fortuna del otro, en sentido igualitario, logra apagar su envidia”. (Juan Cruz Cruz).

Por otro lado, se puede combatir la envidia amando a los demás, pero al darlo este ha de ser de la mejor calidad, es decir, con el amor inteligente, en especial en la pareja. El psiquiatra y director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas, Dr. Enrique Rojas, explica en su libro “Amor inteligente”: “El ser humano siempre quiere más. Por eso, el conocimiento de lo que es el amor le va llevando hacia lo mejor. Tira, empuja, se ve arrastrado por su fuerza y belleza. El amor es lo más importante de la vida, su principal guion. Lo expresaría de forma más rotunda: yo necesito a alguien para compartir mi existencia… El amor es extender el Yo hacia el Tú, para formar un Nosotros. Queda asimilada la otra persona. Por eso enamorarse es enajenarse, hacerse ajeno, formar una unidad más espaciosa y profunda. El amor auténtico hace a la persona más completa”.

Al describir el amor inteligente, se afirma que este “debe estar tejido de corazón y cabeza, pero unidos ambos por el puente de la espiritualidad. Necesita de unos sentimientos con una cierta madurez y, al mismo tiempo, la participación de criterios lógico-racionales. El amor auténtico consiste en una pasión inteligente… ¿Qué debemos entender por espiritualidad? La capacidad para mirar más allá de lo que se ve y se toca”. Es decir trascender, buscar lo eterno, lo que perdura, porque detrás de la trascendencia tejida de espiritualidad se descubre a Dios. Y se comienza una “travesía de perfección a pesar de las limitaciones propias de la condición humana. Hay una ilusión de llegar algún día a la cima, donde el amor humano se hace divino y viceversa”.

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 5 de noviembre de 2023

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