Aprender a vivir feliz y a morir bien…

Cuando mi esposo inició a batallar con su enfermedad terminal (que le llevó a morir después de casi 11 meses), un amigo muy querido de ambos me preguntó al inicio del tratamiento del cáncer de cerebro si había tenido conversaciones serias acerca de cómo hacer para morir con dignidad…

Me pareció una recomendación sensata y saludable ya que nos encontrábamos en una situación de certeza de muerte (a menos que Dios decidiera cambiar el pronóstico fatal por las oraciones). Siempre es deseable conocer la mejor manera de disfrutar de paz interior hasta el final, de tal forma que junto a sus seres queridos los pacientes terminales puedan acompañarse mutuamente con serenidad para arreglar las cosas materiales apropiadamente, dejando espacio a la Providencia de Dios.

Ahora que han pasado dos años y medio de la partida al cómplice de nuestra aventura matrimonial de 35 años, me recuerdo que, entre las frecuentes salidas a conversar cada semana (cita agendada desde novios y luego como esposos), uno de los tópicos fue el fin de la vida, el cual salía a relucir naturalmente en ocasión de la pérdida de salud de algún familiar o por el deceso repentino de algún amigo. Tratábamos de ponernos en los zapatos tanto del enfermo como de sus seres queridos para esclarecer qué hubiésemos hecho en esa misma situación, nosotros dos, el uno con el otro.

La otra razón obligada para sacar la conversación sobre la muerte era porque realizábamos la costumbre ancestral de los cristianos para asistir a un retiro espiritual al menos una vez al año, en cuyo caso los asistentes escuchan temas de valores humanos relacionados con el sentido de la vida, el nacimiento, el amor; la paz; el trabajo; la muerte; el juicio de Dios; el infierno; el purgatorio y el cielo… El propósito general es clarificar el pensamiento y el corazón en orden a tomar mejores elecciones vitales para acoger la propia identidad original como un regalo y para dar felicidad a otros como a sí mismos, contrastando estas actitudes y acciones con la idea de amar e imitar mejor a Jesús.

Mi marido siempre fue un gran deportista enfocado, lo cual le permitía sentir, mirar y pensar la realidad con optimismo apoyado por una voluntad perseverante, disciplinada y educada para levantarse cuanto antes de los tropezones para no darles importancia a las caídas sino a los pequeños avances. Pienso que este «mindset» o «nivel mental» de guerrero le ayudó vivir y a sobrellevar con alegría hasta el final su lucha contra el cáncer.

Enfocarnos en cada momento nos vino bien como matrimonio para elegir vivir juntos solo el presente, un día a la vez, es decir, regocijarnos simplemente en las pequeñas cosas buenas que ocurrían diariamente, como si fueran el único instante y el último que tendríamos para experimentarlas, amando apasionadamente el universo con su belleza, bondad y verdad más profundas, acompañándonos uno al otro, decididos a redescubrir los cientos de bendiciones inadvertidas que recibíamos, agradeciéndolas.

Pero quizás de los regalos que más reconocimos fueron el afecto de la familia y los amigos, contiguo a la certeza de la fe cristiana que proclama el Amor profundo, incondicional e inconmensurable de un Dios lleno de Ternura, aun sin entender Su Voluntad, en medio de la oscuridad y dolor que trae la mala salud o cualquier otra tragedia… Es sobre esta confianza que da la fe que puedo compartir estas promesas para quienes nos quedamos tras perder a un ser amado:

«Te prometo que este dolor no siempre será lo primero en lo que pensarás por la mañana».

«Te prometo que no siempre te quedarás despierto por las noches llorando».

«Te prometo que no siempre sentirás el dolor como una roca en la garganta que no se puede mover».

«Prometo que esas olas de dolor que te derriban se volverán más pequeñas y menos violentas. Podrás pararte y dejar que se deslicen para que no se queden sobre ti».

«Prometo que caminar no siempre se sentirá como si estuvieras arrastrando las piernas; respirar no siempre será algo que tengas que acordarte de hacer. Harás ambas cosas sin esfuerzo de nuevo».

«Te prometo que no siempre te dejará sin aliento la felicidad de otra persona. Sonreirás y te alegrarás de que tengan algo tan especial y que tú también lo tuviste alguna vez».

«Te prometo que podrás decir su nombre sin llorar. Que le recordarás y te sentirás nostálgico; pero no roto».

«Prometo que no siempre tendrás que tomarte el día libre en el trabajo en los aniversarios, porque no puedes funcionar. Encontrarás algo especial para recordarlo, o lo tratarás como cualquier otro día… Y cualquiera de los dos está bien».

«Ten paciencia y amabilidad contigo mismo, en especial, en los primeros momentos…».

«Prometo que no siempre te dolerá como hoy». Fuente de inspiración: Clare Mackintosh.

Cuando leí estas promesas las guardé por meses porque no las juzgué posibles… Dado que ha pasado más tiempo, mi dolor ha cambiado y pude experimentarlas. Espero que enumerarlas ayude a alguien como hicieron conmigo.

Columna de Opinión, La Prensa Gráfica, 20 de agosto de 2023

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